lunes, 30 de marzo de 2015

La fuerza oculta del anagrama En nuestros tiempos agnósticos y positivistas, donde todo lo hermético es visto con desconfianza y desprecio, la técnica del anagrama se ha visto reducida a un pasatiempo de ingenio afín a una simple sopa de letras, pero en los tiempos en que el hombre confiaba en la resonancia profunda y hermética de las cosas y las palabras, pensamiento de índole neoplatónico y cabalístico, el anagrama era considerado una poderosa herramienta de la mente para penetrar en lo oculto de las palabras y del nombre propio. La técnica del anagrama corresponde a lo que en hebreo se llama combinatoria o tzeruf, palabra cuya raíz tiene que ver con el poner a prueba un metal precioso fundiéndolo, para saber si ha sido amalgamado con metales de inferior calidad con fines fraudulentos. Es un proceso que permitía deducir si se había adulterado una joya, por ejemplo, pero que involucraba fundir su metal, hacer una prueba por el fuego, mediante una técnica más sufrida que la inmersión de la corona de Hierón por Arquímedes, la cual se cuenta que utilizó para saber si el orfebre se había quedado con parte del oro destinado a su elaboración. La técnica de la permutación de las letras que conforman una palabra es uno de los tres principales procedimientos involucrados en la Cábala para extraer conocimientos profundamente ocultos en las palabras, siempre que de la combinatoria de sus letras, utilizándolas todas, se formen nuevas palabras plenas de sentido. Y a esta técnica se la llama tzeruf por analogía con el fundir un metal, porque la palabra es puesta a prueba para sacar su verdad oculta mediante una especie de fusión donde sus átomos -las letras- son desinstaladas de sus posiciones y reordenadas. Se trata de un método que supera totalmente el sistema del silogismo aristotélico para extraer nuevas inferencias y conocimientos, porque la crítica de que la conclusión lógica del silogismo aristotélico no extrae nada nuevo que no se encuentre en las premisas es válida, y es una crítica fulminante. El conocimiento lógico griego no avanza, se queda en una perífrasis lógica estéril. El tzeruf hebreo, en cambio, logra establecer vínculos y nexos nuevos e insospechados entre conceptos, mediante la técnica de anagramar términos y frases pero, por supuesto, no podría ser aceptada como herramienta válida para una mente griega racional. Se trata de un conocimiento místico y tremendamente esotérico. Pero a pesar de la crítica que pueda hacerle la lógica pedestre griega, resulta que en muchas oportunidades (que no pueden ser tildadas de coincidencia, por lo atinado de su agudeza) se comprueba una rara fuerza, sobre todo en los anagramas de algunos nombres de personas, que revelan características ínsitas en la personalidad de las personas así llamadas, que obedecen a circunstancias que los persiguen durante su vida, características de sus personalidades o situaciones que arrastran de por vida. Ese sesgo es el que quiero destacar en este primer artículo sobre el anagrama, como herramienta para encontrar, en las letras que conforman un nombre, características propias de sus propietarios. Hoy en día los programas de computación permiten realizar anagramas con bastante más facilidad que en otras épocas, pero los anagramas más interesantes son los descubiertos sin ayuda de ordenador, los antiguos -que aunque muchos tomarían como curiosidades literarias de salón- ya que son en verdad insinuantes y pueden leerse con renovado asombro, pues se trata de una serie de rarezas literarias que me interesa rescatar del olvido. Antes de entrar en los ejemplos más sorprendentes de los anagramas de nombres propios que tienen correlación con sus poseedores, sería interesante también un periplo por la concepción egipcia, hebrea y grecolatina del nombre propio, ya que en este tema esas tres cunas de saber coinciden en atribuir carácter sacro y mágico al nombre de un ser humano. Sabido es que en el Egipto antiguo el nombre es una herramienta mágica susceptible de ser utilizad apara hacer magia, y quien sabe el nombre real de un individuo, su nombre secreto y único, tiene poder mágico sobre ese individuo. Por eso los egipcios tenían un nombre secreto sólo conocido por la persona y sus padres, y un nombre público cuyo uso no afectaba al poseedor en cuanto a fuerza mágica. Incluso Roma tenía un nombre secreto que no debía ser divulgado y que, según algunos, era su exacta inversión, Amor, a manera de oráculo de que la religión católica, con el volver de los siglos, se establecería allí, el cual fue divulgado según la tradición por Quinto Valerio Sorano. Pero volviendo al antiguo Egipto, era tal el poder del nombre, que en la planta de las sandalias de oro de Tutankamón vemos cartuchos con nombres de los pueblos enemigos, en la firme certeza de que al hollarlos en su cotidiano caminar, el faraón los vencía de antemano y daba sello de garantía a cualquier empresa guerrera contra ellos emprendida. Hoy en día la creencia, aunque degradada, continúa, y un camellero egipcio no revelará a ningún turista el verdadero nombre de su camello, temeroso de algún mal de ojo contra el animal fuente de su subsistencia, y contestará invariablemente a la pregunta de cómo se llama el animal con la desfachatada respuesta de: it’s name is Michael Jackson, casi mecánicamente. El adagio latino Nomen omen, que en latín significa el nombre (propio) es un oráculo, y la sentencia nomina numina, los nombres son divinidades, frases que juegan con la carencia de una sola consonante y de la diferencia de una vocal, tienen la misma base de verdad. En la mente cabalística judía es ubicua esta concepción, bástenos recordar la transformación del nombre de Abram en Abraham, con una letra hei de valor cinco lograda a partir de la partición en dos letras hei, de la letra iod, de valor diez, del nombre Saraí, que quedó convertido finalmente en Sarah, de su esposa., de manera que el nombre de ella cedió la mitad del valor diez de la iod del final de su nombre, permitiendo agregar esta hei en el interior del nombre del patriarca. Y es sirviéndose de esta creencia que Asimov escribe su curioso relato Mi nombre se escribe con S, apoyando toda la trama de los sucesos extraños y el cambio de destino de su protagonista, Marshall Zebantinsky, en el simple cambio de una sola letra de su apellido. Intentando utilizar la misma técnica del anagrama sobre la palabra anagrama, en una especie de ouroboros, anfisbena o autorreferencialidad, obtenemos la frase gana arma, lo cual es coherente con todo lo que vengo exponiendo, pues la técnica del anagrama permite ganar herramientas de conocimientos insospechadas, si aceptamos ser adeptos de esta convicción. Todos estos datos, que fui amasando en diversas lecturas, se vieron deliciosamente confirmados por un anagrama poco conocido, el del músico Antonio Vivaldi, que produce avanti violino (adelante violín en italiano), cosa sorprendente, considerando que Vivaldi descolló por sus conciertos y su virtuosismo en este instrumento, circunstancia que se hallaba cifrada providencialmente en su nombre. Es en la Encyclopédie des anécdotes anciennes et modernes, de Edmond Guérard, donde me encontré con una referencia a la abstrusa obra francesa Curiosités littéraires de Ludovic Lalanne, donde, entre muchas rarezas, se alude a casos famosos de anagramas. Una de estas historias remite a una anécdota graciosa, en la cual dos sabios, el párroco Proust y el párroco D’ Orléans conversaban, y el primero lanzó al segundo el guante, en el elegante escarnio de que, en su nombre, se hallaba completa la frase L’asne d’or (el asno de oro en francés)... desafiándolo a que en su breve apellido Proust hallase algo parecido. El párroco recibió impasible la befa, e ingeniosamente retrucó con maravilloso ingenio, “en vuestro apellido se encuentra perfectamente la frase pur sot (completamente tonto, en francés). Otros, como Jean Daurat, intentaron colocar en el primer escalón de los poetas a Pierre Ronsard, argumentando que en su nombre se hallaba (aunque con el exceso de dos letras sobrantes) la frase rose de Pindare, la rosa de Píndaro. Un escritor francés menos célebre, Pierre Ménetrier, recibió el halago de que su nombre contenía oculto el anagrama miracle de la nature (milagro de la naturaleza). No menos galantes fueron otros anagramas realizados para damas de la corte, reyes y papas, de los cuales sólo mencionaré el de María Teresa de Austria en francés, Marie Thérèse d’Autriche: mariée au roi très-chrétien, (casada con el rey muy cristiano), o el de Marie Touchet, amante preferida de Carlos IX: Je charme tout (yo encanto todo, considerando que en francés antiguo la i latina y la j no se consideran dos letras diferentes). No menos incisivo es el anagrama propagandístico que fue forjado contra Napoleon, empereur des Français (Napoleón, emperador de los franceses): Un pape serf a sacré un noir démon (un Papa siervo ha consagrado a un negro demonio), que aludía al servilismo del papa que había legitimado sus aspiraciones al imperio. Otra célebre chanza es la que hizo irónicamente burla del célebre anagramatista francés, César Coupé, al recibir un billete anónimo donde se le jugaba una mala pasada y se le hacía probar una amarga cucharada de su propia medicina, al hacerle abrir los ojos acerca de su nombre: éste ocultaba un anagrama bastante infamante: cocu separé (cornudo divorciado). Incluso gramáticos latinos como Nigidio creían firmemente que latía en la palabra una fuerza oculta, y que nombres y palabras no se forman por una fortuita distribución de sus letras, sino gracias a un instinto y vibración causal que poseen naturalmente ínsitos en ellas; Aulo Gelio lo comenta en sus Noches Áticas: Nombres y palabras no tienen una formación fortuita, sino que existe cierta fuerza y razón natural en ellos . Cipriano, a su vez, afirmaba que palabras y nombres propios poseen en su interior una razón intrínseca, y en un texto medieval hallamos la siguiente afirmación: Pensado y sostenido fue por los pueblos antiguos que las palabras contenían alguna razón de ser, y que los nombres explicaban la vida y las cualidades de sus poseedores . Por alambicada y abstrusa que esta concepción necesaria e idolátrica de la palabra, los conceptos y las letras parezca, prefiero su respeto, su adoración y su amor por el verbo y el efecto por ella causado de la miríada de vocaciones de vidas enteras dedicadas a la palabra como algo sagrado, a la irresponsable afirmación de Saussure de que las palabras son convenciones gratuitas, afirmación que hace de las bellas palabras simples rótulos sin poesía… Borges lo sostuvo maravillosamente en aquel poema sobre el golem que inicia: Si (como dice el griego en el Cratilo) el nombre es arquetipo de la cosa, en las letras de rosa esta la rosa, y todo el Nilo en la palabra Nilo. Para finalizar por ahora este amusement por el anagrama, no quiero dejar de citar un caso extremadamente curioso e interesante: el del memorioso bibliotecario florentino Antonio Magliabecchi (1633-1714). Caso extremo del excéntrico sabio, se cuenta que podía consultársele dónde se hallaba cualquier libro, y que conocía de memoria los inventarios de las principales bibliotecas de Europa, y hasta la disposición de los anaqueles de todas ellas, por ingentes que fuesen… incluso la de la librería del sultán turco. El anagrama de su nombre latinizado es asombroso: Antonius Magliabbechius produce Is unus magna bibliotheca: “este solo es una gran biblioteca”. En una continuación de este paseo por el curioso jardín de la palabra entendida como milagro cabalístico, haré referencia a dos casos de serendipias o descubrimientos fortuitos que fueron hallados en anagramas enviados entre dos célebres astrónomos: Galileo y Kepler, que parecen corroborar la verdad de que los anagramas ocultan verdades insospechadas y aluden a realidades sin discusión. Diego Márquez, Córdoba, 28 de Marzo de 2015.

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