viernes, 16 de marzo de 2012

Vocación paradojal de algunas frases

Vocación paradojal de la verdad verdadera I. Frases de grandes hombres

Las grandes verdades tienen vocación de paradoja, porque la verdad única a la que remiten no es la de la razón discursiva y disyuntiva, que separa, sino a una verdad que se aprehende con el corazón y que, lejos de separar, trasciende las diferencias y las concilia. Las palabras de los Avatares de la humanidad son, por lo general, de esta rara especie. Algo siente uno en el pecho cuando las escucha, una voz íntima que asiente poderosamente con ellas. “Los últimos serán los primeros”, “dar para recibir”, “ama a tu prójimo como a ti mismo”… en todas ellas relampaguea un orden del ser que hemos olvidado, pero que recordamos, y si lo recordamos, hemos estado en ese nivel de existencia donde las polaridades caen obliteradas, y si hemos estado en él, existe. Volveremos.
Una frase hermosa respecto de esta coniunctio oppositorum es la del sabio Don Atahualpa:

La moneda que está en la mano,
tal vez se deba guardar;
la moneda que está en el alma,
se pierde si no se da:

¡qué frase!... resuelve milagrosamente la dicotomía, la batalla de la codicia y el egoísmo, divide aguas entre los dones del dinero y esos otros dones: los del talento y la generosidad!... ¡qué sabio Dios! nos ha dado a todos algún talento, y esa moneda del alma, al darla, se multiplica, no se agota como la terrena. La moneda del dinero debe guardarse y es prudencia; la del alma, debe entregarse, si no, se pierde. Es entregándola, compartiéndola, como se multiplica. Quizás siguiendo esta cábala bellísima con el corazón pleno es como Cristo, milagrosamente, al dividir el pan y los peces, los multiplicó. Tan fuerte es su amor, su fe, que aplicó la norma instalándola en el reino de la materia (Él es el Salvador) y logró una multiplicación de una división: sublimó los opuestos. También en el reino subatómico (he escuchado), cuando unas ciertas partículas son bombardeadas (sabrán los físicos cuáles) se dividen en otras tres, pero las resultantes tienen el mismo peso o carga que la partícula del punto de partida, y entonces se pregunta uno “¿fue dividida, fue partida, o fue multiplicada la partícula de base…?” dividir, por amor, es multiplicar en el reino de los cielos.
Esta lógica, este lenguaje que nos deja perplejos y que entiende aquel que está en secreto en el corazón, es el antiguo lenguaje de los emblemas, que condensa en una frase dos opuestos, los hermana, y los sublima en una verdad paradójica que es más verdad que un mero juicio afirmativo. Debería, de hecho, existir (fundarse) una nuevo tipo de oración, (que los antiguos conocieron y que trasciende al silogismo racional: el enigma, la voz del oráculo, la del símbolo) al lado de la afirmativa, la interrogativa, la apelativa y la expresiva: la paradójica…
“Vísteme despacio, que estoy apurado” decía Napoleón parafraseando el “Apresúrate despacio” de Augusto, que Pietro Bembo vio, con ojo providencial y más potente que el mismo que ideó el diseño , en el emblema de un denario de Vespasiano en el que se ve un delfín abrazando, enroscado, un ancla. Otros poetas de la imagen encarnaron esta verdad de la prudencia unida a la celeridad de la acción por medio de otras criaturas: un cangrejo (animal de la prudencia por su paso) llevado por una mariposa (volatilidad); una doncella apoyándose en frágil equilibrio en una sola pata de su escabel, sosteniendo una tortuga y un par de alas… Andrea Alciato, en sus emblemas, es tal vez quien puso en el tablero todo su humor y le gastó una sutil broma al mismo emblema, invirtiéndolo: una rémora envolviendo una flecha. El mensaje es el mismo: prudencia y rapidez a la vez. Pero esta vez, lo sutil y alado es la flecha, (el objeto) mientras que lo denso y fijo es la rémora, (el animal).
Yo también he jugado con lo símbolos y les he gastado una chanza que les ha gustado y por la que me han aceptado amigablemente en su círculo de belleza, como un acepto hermano de su (de nuestra) cofradía: fue cuando vi en el elefante sosteniendo un obelisco (emblema que aparece en la Hypnerotomachia de Polifilo, Venetiis, 1499, imprenta de Aldo Manuzio) algo específico.
El emblema representa el intelecto unido a la materia  el hombre, ese magnum mysterium… la encarnación, pues el obelisco, con sus jeroglíficos, evoca lo intelectual y lo divino; el rugoso y macizo paquidermo, la materia… pues bien, yo vi en ese emblema la prefiguración del castrato: ese ser híbrido de voz angelical y aguda (la aguja del obelisco) y de cuerpo denso y rugoso (el elefante); el castrado que vive gratia artis; la belleza del arte por el arte, por la vocación de sí misma, como un ouroboros exquisito, autodependiente y autónomo ... pasé la prueba con ese juego y los símbolos me abrieron su reino, su fontana de la vida, su fuente de Juvencia, donde a veces me refresco de esta tórrida existencia literal, sin símbolos, sin enigmas, rejuveneciendo la naturaleza soñadora de mi alma, y liberándola de la cárcel del materialismo de esta época.




Vocación paradojal de la verdad verdadera II. Los emblemas, los símbolos y la belleza


Hablaba en el texto anterior (y refería a éste) acerca de la reelaboración de un símbolo carísimo a los humanistas ya desde la obra de Francesco Colonna: La Hypnerotomachia Poliphili; el elefante con el obelisco en el lomo, que luego erigió Bernini en la Piazza della Piccola Minerva, en Roma. ¿por qué? El elefante sería el cuerpo rugoso y paquidérmico del castrato (ya Horacio se mofaba de los eunucos de Cleopatra y los comparaba con elefantes), su brutal pesadez, la elefantiasis primero de su cuerpo y luego de la ornamentación barroca, su recargado lujo, su esencial excrescencia barroca, esa metástasis de rocailles del rococó, ese cáncer imparable del tejido barroco (recordar a la ciencia de la teratología como una fuerte fascinación del barroco y de su morbosidad) y el delgadísimo obelisco en punta de aguja en su espalda -voici la grâce même du sujet)- su voz acutissima, sutilísima que, renegando y venciendo de su pesadez patente en ser mole terrestre, lo eleva al cielo. Así, en el oxímoron visual que conjuga pesadez barroca, melancolía corpórea de lo aplastante y acuoso en lo horripilante de un cuerpo mutilado y fofo por un lado, y por otro los éxtasis luminosos en el hilo de voz que se sublima en la ascendente y flamígera aguja -llena de jeroglíficos, como señal de pertenecer al mundo divino e intelectual de las ideas por oposición a la gris y ciega materia del cuero elefantino- se cierra por fin la esencial condición que es vocación de los emblemas: coincidentia oppositorum, pesadez maridada con espiritualidad, el mecanismo mismo de la melancolía, que a través de su réprobo hundirse en las oscuridades de una fuerte decepción, justamente por eso, logra la redención última y corona lo que ficticiamente aborrece y, huyendo vampíricamente de la luz en su desesperarse ya de la salvación, la consigue por una especie de abrazo-treta que no ve lo que logra acaparar y que, sólo por no verlo, lo consigue, como el abrazo ideal de Orfeo: el que no fue capaz de satisfacer la petición de los mezquinos y exigentes dioses del Erebo y, queriendo asir a Eurídice, por eso, la pierde para siempre o como la única manera de hacer que una estrella o el sol sean captados por el ojo: trampeándolos y mirándolos con la mirilla… en fin, como el buscar a tientas con escudo espejado de Perseo entre las nieblas, el cuerpo dormido de Medusa, que rastreaba mirando en el espejo y caminando hacia atrás, por espejo-escudo retrovisor para no ver directamente...
Por otra parte, este jeroglífico hermético representa, en una lectura de clave universal, la condición misma de todos los seres humanos (como el del ancla y el delfín) y es análogo a la cruz misma, pues el elefante es la cruz, el cuerpo, la dificillima tarea de la encarnación -recordar que cruz, tiene la misma etimología que kréas: carne) y el obelisco, lo sutil del alma encadenada a esa prisión de alta mole... (el ancla sería el cuerpo también, y el delfín la gracilidad del espíritu, momentánea y tristemente aprisionada y detenida en la obstinación del mordisco ancórico enamorado de los fondos con los que copula en abisales y contundentes polvaredas de lento limo revolviendo entre las más densas (barómetricamente) ondas) o en la rémora que detiene, como el cuerpo en que encarnamos, la celeridad del dardo que son las operaciones del alma, y la lastran con su tenaz válvula frontal gelatinosa –tal es la ventosa que posee la echeneis- (recordar el emblema de la rémora y el dardo de Alciato).
Bueno, corro el riesgo de la demencia más tremenda, tiende a una hipérbole insalvable ya Pegaso y vibra el carro, los clavos se aflojan de sus quicios y quieren saltar: ya naufraga este Faetón depravado en que estoy derramando a chorros esta pneumatorrea imparable y no menos lasciva que la de la masturbación que es como una vía láctea que de mis extasiadas sienes –que no de los mis senos, como Juno, (y ya la proximidad fónica de sienes y senos me vaticina que estoy en un nivel de lengua divino que encuentra reflejos espejados hasta en los más recónditos niveles de sentido y me abisma en el horror de mil espejos en vertiginoso derrumbe ontológico- chorrea en agrietadísimo dique o raja, por hacha no menos insidiosa que aquella con que rajó Mercurio el cráneo de Zeus y sacó a Minervita...

Misteriosamente, a menudo sucede que alguien ve en alguna cosa algo, de un modo más profundo que quien fundó la cosa, es decir, se convierte en autor de algo más penetrante que el mismo primer autor de la cosa. Esto se da quizás en este caso pues, al parecer, el emblema había sido pensado solamente como una alegoría de la navegación en homenaje al dios Neptuno (ancla y delfín).
Pero con solución de coninuidad: servir a Dios y a su Amor.

Vida y libros, sueños y viajes.

Vida y libros, sueños y viajes.


Hay una frase de sabiduría oriental que intenta advertirnos acerca del carácter pasajero (y en definitiva ilusorio) de esta vida temporal y física. Compara las penurias y las preocupaciones que nos rodean en la vida con las ensoñaciones de los durmientes, fraguadas por ellos mismos.

Expresada en forma de pregunta retórica, dice así: ¿Acaso el durmiente que despierta de un sueño en el que veía un naufragio con moribundos por doquier, seguiría afligido por ellos al despertar de su sueño?.

Quizás este pensamiento, llevado a ultranza y aplicado a cierta ataraxia e indiferencia por lo que sucede a las personas que nos rodean, reduciéndolas a meros espejismos de nuestra fantasía, sea excesiva.

Pero tal vez, en cuanto a las vicisitudes que suelen aquejarnos y que nos lastran de un peso demasiado insoportable, a veces, para sobrellevarlo, tenga razón, y lo más saludable para el espíritu sea no hacer nada de caso ante problemas que, en caso de llegar la hora de la trascendencia postrera, serían niebla como la que sobre el río se evapora, al despuntar la mañana; el tipo de amargura que incluso nos hará esbozar una sonrisa cuando la veamos de lejos, en el futuro, según la frase virgiliana: Forsan et haec olim meminisse iuvabit, En un futuro, quizás incluso estas cosas serán agradables de recordar...>

Relacionado con lo que he comentado, quisiera poner de relieve en este post un pensamiento que se me viene configurando después de mi último viaje, y que involucra esta naturaleza paulatinamente evanescente que mancomuna a los libros (observable sobre todo en las novelas largas) los viajes, las vidas y los sueños.

Sabemos que el sueño que nos ha oprimido a la madrugada va desvaneciéndose hasta desaparecer, a medida que el tiempo transcurre, y es lo que reflexiona la filosofía que expuse en el primer párrafo.

Pero también los libros, los viajes y aun la vida, en última instancia, participan de ese entramado deletéreo y pasajero, demostrando que, como en la doble inscripción del anillo que David regala a Salomón, gam ze iabor, esto también pasará, porque independientemente de su carácter dulce o amargo, todo pasa...

Es algo que podemos observar en la lectura de un libro, de una novela que nos absorbe y fagocita lentamente en su mundo de personajes y tramas complejas: poco a poco nos va envolviendo y atrapando, hasta que somos plenamente parte de su torbellino. Pero una vez que la hemos terminado, imperceptiblemente nos vamos liberando de su embrujo, y pasadas dos páginas de la siguiente novela, a la primera ya la hemos dejad atrás, de manera que si bien la recordamos, ha perdido la vívida médula de su inminencia, esa que nos sobrecogía mientras la leíamos.

Los viajes son de la misma materia, porque una vez que los hemos agotado, y embarcados después en otro nuevo, lo que de una manera tan encarnada y poderosa nos enfrascaba en un nuevo horizonte va desdibujándose y cediendo paso al siguiente viaje... spatium discrimina fallit decía Ovidio en sus Metamorfosis, la distancia (en el tiempo y el espacio) desdibuja los contornos y las consideraciones...

Llevado a ultranza, ese olvido de lo que vamos dejando atrás y que nos indica que debemos poder cortar, como el lastre de un globo aerostático para que se eleve, sucede con el máximo de los viajes, la mayor de la novelas, el más conciso de los sueños: la vida. Y ello es lo que intenta decirnos la sabiduría hindú del primer párrafo: que una vida no es más que una encarnación, y que todos sus temores, sus afanes y sus cuitas se disgregarán en la siguiente vida y en la próxima estación (porque el viaje del alma es infinito, cosa que no me molesta, mientras sea cierto que a esa travesía sin fin la realicemos siempre en compañía de las almas que verdaderamente amamos).

Una lenta y despreocupada disgregación del pasado para avanzar hacia la utopía del indeterminado y libre infinito... Y la razón de esa lenta disgregación del pasado es la fuerza imparable del porvenir, que DEBE hacernos seguir adelante y no aferraros a nada del pasado, impidiéndonos el arte y la ciencia del vivir, y que tan bien comentó Dante cuando expuso, aconsejando no detenernos demasiado en las cosas que nuestro paso por la vida va descubriendo en el mundo, y en el espectáculo de imbecilidades que muchos seres humanos nos ofrecen con sus desaguisados y descabellados excesos: Riguarda e passa, e non ti curar di loro, Observa y sigue adelante, no te preocupes por ellos.

Viajes, deconstrucción, reconstrucción y Jung

Viajes, deconstrucción, reconstrucción y Jung


En los profundos encuentros conmigo mismo que emprendo durante mis viajes, aprendí a reconstruirme, a encontrar mi arquetipo de perfección, a esculpirme espiritualmente y a afianzar mis pasiones internas.

Una búsqueda helicoidal, como si se recorriera un laberinto, y donde las vueltas en torno a un centro hipotético y anhelado van acercándose cada vez más a ese zenit, hasta que lo enfocan... la tarea de la individuación que postula Jung, el recorrido del héroe que debe conocer sus monstruos internos y domesticarlos, para uncirlos al carro de su alma, antes que destruirlos.

Ese trabajo y ese viaje, que consisten en una lenta reconstrucción y reordenamiento de los fragmentos dispersos que, de uno mismo, están en nuestro interior, es una de las metas que me impongo en mis travesías.

Porque la fricción con el medio social resulta desgastante, sobre todo para aquellos que atesoramos un tipo psicológico introvertido y reflexivo, y que somos quienes más gastamos energía cuando se trata de luchar e interactuar con el mundo exterior.

Ese intercambio produce una segmentación y una deconstrucción que solamente puede remontarse por un camino inverso, en una labor interior de índole alquímica, sutil, con delicadísimos dosajes de mezclas donde intervienen sustancias espiritualmente volátiles y de difícil obtención y atesoramiento.

Los viajes son uno de los métodos más productivos para desandar la disgregación de las tareas cotidianas y sociales más profanas, que son como vientos destructivos para la calma del ánimo interno.

Regresar a la foresta amable y a su penumbra vespertina, plena de esa luz opalina que sólo el útero puede representar en el mundo físico, o los atardeceres y amaneceres, entre las frondas de una espesa arboleda o una caverna... entendiendo y palpando como suaves terciopelos las inclinaciones, los ideales y las utopías que me encienden.

Esa decantación, ese refinamiento son lo que me permite rearmarme, ensamblarme y darle flamante cohesión a mi espíritu, y por eso mis periplos de viajero son solitarios, en su mayor parte.

Levantar la imponente arquitectura interna de mis palacios mentales, afectivos y de comprensión del universo, tal es el primer motor y norte de mis viajes.


Diego Márquez Robledo

Un hombre es todos los hombres

Un hombre es todos los hombres, una voz es todas las voces. El timbre de cada voz es, inexplicable pero felizmente, la conjunción de los ecos de todas las voces pasadas; de esta mixtura infinita, laberinto donde confluyen los sentires y valores de todas y de cada una de las culturas, la vivencia íntima y mística del poeta tiene la energía para iluminar tal vez uno o dos pasajes, pero con una llama tan intensa, que de pronto hace uno al que busca y a lo buscado. Entonces desaparecen los horizontes, las distancias, los límites... Amante y amado se abrazan, sed ardiente y agua helada se tocan, peregrino y templo se funden. Esa unión alquímica permite entender una época, un pueblo, una forma de sentir y de vivir, con una claridad aterradora y secreta; no se puede predicar algo de lo que se ve, más bien se lo acaricia, se lo saborea como a una columna de incienso o a una última fruta.
Después de muchos contactos, de muchos éxtasis de silencioso acariciar la estética que nos hace crecer alas, la negra piedra del silencio se sublima: el que antes contemplaba mudo una belleza inefable, que sólo él entendía pero que no podía manifestar, adquiere potencia para expresarlo en palabras, para volver a la caverna y cantar lo que ha visto. Fuego oscuro y helado se ha hecho Logos ardiente y luminoso en el crisol de la lengua del poeta.
Sin embargo, así como al iluminado se lo lapida cuando regresa a la humedad de la caverna, así también es censurado el poeta cuyo corazón se ha encendido en alguna antigua estética. Mucho más cuando esa estética está ahogada por el prejuicio, cuando a sus monumentos se los ha catalogado y enjuiciado y condenado a la crítica estéril, a prolijos estudios exhaustivos, que analizan y destrozan y recortan y embalsaman un animal muerto, como cuando olas de limo tibio e inservible y capas de sedimentos cubren para siempre un animal vivo, y lo convierten en un fósil.
Cuando un poema de Safo, o un pasaje de Homero no inspiran más que una relación numérica, un índice de frecuencia, o un ininteligible cuadro de correspondencias y de miserables flechas, antes que un escalofrío en el plexo solar, antes que un hormigueo en las manos, antes que un vapor que sube por la columna hasta la coronilla, hay que reflexionar si el poeta estaría feliz con ello; si la temblorosa Safo, si el espléndido Homero estarían felices.
Muchas filologías son máscaras de misologías, que desprecian, o más bien temen la creación a partir de las obras antiguas, y esconden la mediocridad y la ignorancia bajo la máscara del respeto. Convierten así las obras más bellas del mundo, compuestas cuando todo era diáfano, prístino y brillante y fresco como un río de aguas rumorosas, en un pedazo de hierro seco, incapaz de engendrar ya nada.
Las obras clásicas, por el contrario, son dúctiles, viviente verdor de los bosques sagrados del espíritu, dúctiles y dulces, como que son de oro.

De la Pneumatorrea

De la Pneumatorrea

Toda emisión de significado es una pneumatorrea, flujo que entraña la intencionalidad e involucra una encarnación del mundo espiritual, al modo de un pinzamiento que especifica e individualiza ese ápeiron o ilimitado de inteligencia que se halla en un escalón vibratorio estelar o supraceleste. Por otra parte, no toda emanación pneumática es emisión de significado, pues puede ser involuntaria, tal como sucede con la eyaculación del semen en las poluciones nocturnas o las hemorragias.
No hay pneumatorrea propiamente dicha sin voluntad e inteligencia. Las principales de las pneumatorreas son la emisión de la voz, la mirada y la gesticulación. Pero hay otras, veladas, que operan por fascinación y bombardean el inconsciente del interlocutor, evadiendo su consciente, por lo que son subrepticias y muy peligrosas, porque trasponen la barrera del consciente burlando su profilaxis si el receptor no está en guardia, y eyaculan su carga semántica en el aparato fantasmático de los incautos sin siquiera que éstos se enteren. Éste es el modo principal de la fascinación y la manipulación del individuo y las masas.
La proferición de mensajes ocultos sirviéndose de perfumes adecuados, prestidigitaciones o súbitas líneas de energía con el movimiento del cuerpo, los colores y el tipo de indumentaria que el emisor usa, convidar determinada golosina, son formas recónditas de inyectar significados y programar el pensamiento ajeno de los otros para manejarlos y dirigirlos. Un buen uso de estas técnicas pone a los pies del mago a todo su entorno y lo convierte en un eje que gobierna a la multitud de humanos dormidos desconocedores de estos corredores latentes, por donde el mago sabe conducir su voluntad, sus aspiraciones y ocultos propósitos.
Quien despierte a estas realidades, a este lenguaje poderoso de gramática esotérica, y ose usarlo sin prejuicios ni restricciones, con eficacia y energía, logrará ver realizados sus anhelos más ardientes, adquiriendo ascendiente sobre todo sujeto, potenciando grandemente su magnetismo y convirtiéndose en un eje emisor de unas energías, administrador, capitalizador y distribuidor todopoderoso de otras, tanto más eficaz cuanto más desinhibido sea y se haya liberado de toda piedad con que cultura o naturaleza intenten dominarlo.

II
De la pneumatorrea en los cantantes barrocos y especialmente en los castrati

Por otra parte hay que saber que el teatro barroco, inspirado en la arquitectura de Andrea Palladio, los trabajos de Luca Pacioli sobre el número áureo, y finalmente en Vitruvio y los X libros de su De Arquitectura (cuyo hipotexto es a su vez el estudio de las reliquias egipcias como el templo de Luxor o el de Karnak), no es ni más ni menos que el gran condensador fluidico, maquina amplificadora que pone en el foco al cantante y distribuye por las gradas escalonadas, dispuestas al modo del orden y sistema del cosmos, a los receptores de ese punto de imantación, ese polo magnético que es el centro del escenario. Las escenografías en perspectiva no son más que reflectores de ese mecanismo.
El teatro se configura como una mimesis de los diferentes órdenes que colaboran en la realidad, las jerarquías ontológicas que al ascender, cual escala de Jacob, se vuelven más y más afines con la Unidad última. A todos llega la magia de la voz.


III
De la fascinación visual potenciada por el brillo de la esclerótica


Una emisión particularmente eficaz de pneumatorrea es a través de los ojos. La pupila envía haces de pneuma que impregnan poderosamente al receptor. Pero si esta emisión se ve reforzada por el brillo del blanco del ojo en miradas tremendas, el haz se potencia de manera espectacular. El filamento de pneumatorrea principal, emanado por la pupila desde el centro del ojo (que es el más cargado de logos) se dispara con la ayuda del afluente de la esclerótica, cuyo punto de emisión es generalmente la parte inferior externa (la más lejana al lagrimal). Este chorro de pneuma es más bruto, es decir no tiene la pureza cargada de inteligencia superior del haz que emana de la pupila, donde se halla la porción de alma más pura que se muestra, sino que es más violenta e irracional. Por eso cuando ambos ríos se mezclan, se forma un torrente poderoso muy apto para fascinar, dominar, y aterrorizar al receptor. Es la mirada tremenda.
Una sola mirada tremenda, bien administrada por el mago, deja grabada una marca en el receptor similar a un “arañazo mágico astral”, que le generará respeto, admiración o terror incontenibles hacia el mago, y cada vez que en su aparato fantasmático, así intervenido por el mago, se presente el fantasma de éste, se despertará como un fantasma ligado indisolublemente a la imagen de la persona, el sentimiento que lo acompaña. Sólo un esfuerzo del receptor utilizando fuerza de su plexo solar puede minimizar, bloquear o borrar el fantasma auxiliar que acompaña la imagen del mago en su mente.
Esta programación de los sujetos que queremos enlazar, (sea para su acercamiento o alejamiento) es de gran poder.

IV
De los movimientos corporales
modernamente estudiados por la kinesia

La mano es un como un jeroglífico potentísimo. Lo prueba el hecho de que ella misma aparezca en todos los sistemas jeroglíficos del mundo. Es un conductor excelente de pneuma, tanto como el ojo. A través de sus movimientos se distribuyen mensajes y significados de gran poder y eficacia. Es una máquina encauzadora y directriz de infinitos matices de significado, lo cual actúa invocando las corrientes de pranah y pneuma y, así como las cuerdas de un laúd o cualquier instrumento musical, trabajando con el sonido, tensan ese flujo vibratorio y lo sellan, así la mano, a través de su diseño divino, distribuye el flujo inteligente y lo rubrica con el significado que pretenda comunicar, emanándolo al receptor. Así, al igual que en la música la diferente extensión de la cuerda que se hace vibrar obedeciendo la escala heptatónica -cuyas medidas encontrarás en Pitágoras y en Gaffurio-, y los juegos infinitos que así se producen de armonía, contraste, disonancias y contrapuntos, lo mismo produce la mano, pero no con el sonido (aunque sí algunas veces ). Es entonces, el movimiento de las manos, una música también.
El diseño de la mano encarna una sabiduría de fuente divina primerísima. Deben ser estudiadas sus complejas proporciones. Cinco dedos (diez en total, que es el número pitagórico y el de la iod (mano en hebreo, que es el número encarnado por esta letra también ).
Los flujos astrales que riegan al hombre durante su existencia carnal se plasman, se distribuyen (y quizás actúan) a través de los río s que son las líneas y caracteres de su palma, mantenidas como en secreto para que las revele sólo a sus íntimos. Las estudia la quiromancia, según la ciencia fue confiada a los hombres a través de un pergamino escrito en lámina áurea y que fue dada por Apolo a su hijo Esculapio, o según otros, Mgercurio bajó de los cielos.
Tan excelente es el poder de la mano que la muñeca , en su base, revela realidades relacionadas con el estado de la energía de la persona, y su sensibilidad. Unas muñecas flexibles denotan persona delicada y elevada, por lo general. Muñeca firme, un sujeto de palabra y sin dobleces. Pero si lo es demasiado, la persona es desconfiada, o de poca educación y baja evolución. Por el contrario, una muñeca excesivamente flébil denota un amaneramiento extremo, consunción por anemias saturnales, falta de vigor vital, o incluso víctima vampírica.
El número que brilla en la mano son la Péntada y la Década, magnificadas en la Triacontíada en las articulaciones.
Como el chasquido y el aplauso, pero no operando por partición ordenada como las cuerdas, sino por proferición sencilla y no articulada de sonido.
recordar que el carácter de la iod en el alfabeto hebreo primitivo es una esquematización de la mano.

Temurah de dos palabras

Temurah de una palabra


Quisiera comentar dos palabras afines semánticamente que producen sorprendentes rotaciones si se las compara, incluso si una pertenece a la lengua hebrea y otra a la latina.
Una es rejem, que significa útero; es una palabra maternal, y que podemos asociar con rajum, misericordioso. Siendo la misericordia una característica esencial de las madres y la máxima expresión del amor maternal, es comprensible que rajum esté asociado a rejem, y que el amor de la madre por su hijo esté relacionado con el órgano donde se asienta el niño durante el embarazo.
Lo curioso es que si rotamos las letras de dicha palabra, obtenemos algo muy similar a gremio, palabra latina que hace referencia al regazo maternal, a esa zona tan cercana al útero, donde descansa el niño pequeño mientras duerme.

Sobre las palabras para designar al hombre y sus alcances en hebreo, griego y latín

Sobre las palabras para designar al hombre
y sus alcances en hebreo, griego y latín


La palabra para designar al hombre hebreo, en dicha lengua, es ever, y posee la raíz que significa atravesar, ir más allá (razón por la que también el miembro viril comparte esta raíz).
No sin perplejidad he vislumbrado en esta raíz semítica el origen del término griego hýbris, de raíz (hasta ahora) oscura, vocablo que alude a la transgresión u osadía que se castiga, en el imaginario y en la cosmovisión griega, con algún castigo divino.
Pero, justamente, el hombre hebreo desprecia en los griegos ese apego a una razón pedestre, a ese lastre racional que le impide remontarse a alturas verdaderamente trascendentales y divinas, y que no es sino una cortedad que se escuda y esconde en la necesidad (castradora) de quien no se aventura a trascender ni a aventurarse a un vuelo superior, de manera tal de encontrarse cara a cara con el Rey que se halla encerrado en su palacio, pero que no por eso le resulta inaccesible a la más elevada de sus creaciones: el hombre. Los místicos lo saben.
Por el eso el varón hebreo (lo expresa claramente el Salmo cuando desprecia la astucia rastrera de los “sabios” tergiversadores, que se encuentra por debajo de la iluminación superadora, y me refiero a esa astucia capciosa y confusa que en hebreo se expresa por el término arum, y en griego por el vocablo polymathía) anhela ir más allá, trascender los límites de la razón, aventurarse y cruzar el límite hasta dar con su creador, que lo espera y lo anhela; en su naturaleza, en su nombre, ever, está la capacidad de ir más allá, plus ultra, y de superar su condición y hacerse semejante a su Creador (adameh le Elion dice la Escritura Sagrada: Me haré semejante a mi Creador, y el Salmo 82: Elohim atem: Vosotros sois divinidades.
El ever se atreve a traspasar ese Mar Rojo que, en cambio, ahogará a Faraón, límite de la lógica y de aferrarse sólo a la capacidad racional, que a los griegos los vencerá, con escándalo y a pesar de la lógica que les dictaba que vencerían a los Macabeos, a juzgar por el número de uno y otro ejército.
Así también le sucede al místico que ha sabido hacerse amigo del querubín que hace girar la espada resplandeciente, y por eso mismo tiene acceso al paraíso ahora mismo.
Esta visión de un hombre mediocre y terrenal, que no osa pasar el umbral de la razón se relaciona con el concepto limitante de la sophía griega, es lo que nos enseña la cautelosa y rastrera filosofía helena, determinando que el coto del hombre posee sus inviolables fronteras y que no deben ser violadas.
Providencialmente, en hebreo el término sof alude a un límite (precisamente el que debe ser traspasado) y maravillosamente el iam suf -el Mar de los Juncos o Mar Rojo- es el que atraviesa el pueblo hebreo en su huida de Egipto, aquel que el ever salva en su busca de la tierra prometida.
Esta aparente coincidencia alude, de manera profética y cabalística, a la pedestre, racional, y temerosa sophía griega, que en sí conlleva la esterilidad inmovilizante del silogismo griego, que nada nuevo descubre en sus conclusiones, y los circunloquios vanos de los sofistas.
Su opuesto, su reverso especular, es phós (sof   fos), que en griego es luz, luz que se alcanza al precio de transgredir los límites preestablecidos.
Aquí se presenta entonces el primer vocablo griego para hombre que analizamos: phós.
El hombre es luz, ya que la única diferencia entre phós-luz y phós-hombre es una omicron que se alarga en omega, pero el nexo es evidente.
El hombre es luz y, como tal, puede iluminarse con la sabiduría superadora que nos funde o acerca a la Divinidad. En ello, el vocablo phós sí se asemeja al vocablo ever, porque implica la promesa, la confianza de un ser humano que puede encenderse hasta el fuego divino.
Los conceptos para hombre oscilan en general entre los dos polos de su tragedia: su semejanza e imagen con la realidad divina, y su situación lamentable y lodosa en las redes del barro material.
Y esto sucede tanto en hebreo como en griego y latín.
Phós, que acabamos de estudiar, lo involucra en su misma singularidad, ya que el hombre puede iluminarse y se identifica con la luz, pero al parecer, la palabra phós arrastra ese carácter efímero del hombre, que se enciende, pero que a la vez dura breves instantes y luego desaparece, como la lumbre de un fósforo en lo oscuro de la nada.
En hebreo, la fluctuación se da entre adam, que significa hombre, y que alude a su condición material formada de tierra rojiza (adamah), junto con el plural metim que significa literalmente mortales, y expresa la condición pasajera y volátil del hombre sobre la tierra, frente a la pareja gever-ish, vocablos que también denotan al hombre, pero en los que parece rescatarse la condición divina inmanente en el ser humano.
Porque gever es una palabra que está emparentada con gevurah, que significa fuerza, vigor, poder, mientras que ish, escrito con aleph y iod, contiene al fuego que en hebreo es esh, palabra escrita con aleph-shin más la iod de la Divinidad entre ambas letras, es decir, la pupila divina asomándose por entre las llamas del fuego, lo que nos recuerda a phós (luz) – phós (hombre, mortal), si bien en el vocablo griego falta la letra de la Divinidad, y sólo la excelencia del hebreo puede retratar perfectamente esa condición divina del hombre incorporando la letra iod que, quizás, es la más representativa de la Divinidad junto con la aleph.
En latín, el vocablo homo se emparenta claramente con humus, tierra, en una relación análoga a la que existe entre adam y adamah (tierra rojiza) con la diferencia de que adam contiene a la sangre (dam) unida con la aleph divina, lo cual nos recuerda aquella hermosa gema de enseñanza cabalística que nos cuenta que en adam (de gematria 45) se halla codificada la razón de que en la tradición hebrea se afirme que todo hombre es el fruto del pacto entre tres seres: el padre, la madre y D’os mismo.
Porque si sumamos padre (en hebreo av = 3) + madre (en hebreo em = 41) obtenemos 44 que es el valor de dam, la sangre y también de la palabra para niño, iéled, de manera que entre ambos, padre y madre, forman el cuerpo de un nuevo ser humano, pero si, y sólo si a esta pareja viene a sumársele la Voluntad Divina, representada por la aleph, obtenemos la gematria necesaria para crear un nuevo hombre, un adam: 45 (44 +1).
Otra revelación codificada en la arquitectura de la palabra adam nos recuerda que el hombre es cuerpo y alma, espíritu y materia, ya que sus primeras dos letras, ad, aluden al vapor, a la humedad, a la parte material, mientras que dam, su segunda parte, alude a su sangre, es decir al componente pneumático en donde se halla contenido su espíritu, su raíz eterna.
Si analizamos el valor gemátrico de adam, 45, desde una perspectiva cabalística más oscura y profunda, podemos comprobar que tiene que ver con Saturno, ya que 45 es el valor del cuadrado mágico saturniano, donde se disponen los números del 1 al 9 en una secuencia ordenada donde columnas, filas y diagonales suman el mismo valor, 45, siendo el centro de tal cuadrado el número 5, que es el valor de la letra hei, una de las letras que aluden a la creación que realiza D’os, (lo cual se deduce de la frase bíblica behibaram, con la letra hei los creó).
El primer cuadrado mágico que puede disponerse es éste de tres cifras, siendo imposible un cuadrado de dos cifras de lado, de lo cual se deduce que el primer cuadrado mágico, la primera construcción, surge de la séfira de Binah, la séfira de Saturno, siendo binah de la misma raíz que ben, hijo, y que el verbo banah, verbo que se utiliza para el concepto de disponer, construir y para los conceptos de comprender, razonar.
Ahora bien, otra circunstancia muy interesante de la palabra hebrea para hombre, adam, es su asociación con amud, columna, y con la raíz de dicho vocablo, amad, estar asentado, estar firmemente apoyado.
Amad es un verbo que se escribe con ayn, la letra que según comentamos en otro ensayo cabalístico es el reflejo especular, y de cierta manera el polo opuesto y el reverso exacto de la aleph; pero no son enemigas, son como cuerpo y espíritu de una misma realidad, siendo esa realidad desnuda aleph, y su ropaje la ayn.
El hombre es creado por D’os el día sexto, lo cual , para los cabalistas, lo vincula esencialmente con la letra sexta, la vav, que es una columna, y que alude a su condición erecta y vertical, cuyo eje es la columna vertebral, simbolizada por la letra vav, que es la letra por excelencia del hombre, y que se halla presente en el Tetragrama; que la palabra para columna en hebreo, amud, y que la raíz trilítera para el concepto de estar de pie, conlleven una temurah o rotación de las letras presentes en adam -a la vez que la presencia oculta de la aleph bajo el ropaje opaco de la ayn- es coherente con la circunstancia aludida de que el hombre es caracterizado en el Génesis como la creación erecta de D’os, llevada a cabo el sexto día; por otra parte, una nueva temurah sobre la raíz trilítera para este verbo amad, que significa estar firmemente de pie, involucra invertir su significado, ya que maad significa trastabillar, vacilar, derrumbarse.
La excelencia del hombre para los cabalistas, (que un poeta místico medieval expresará afirmando que el hombre es la gema en el anillo de la creación de D’os) se confirma en que se suele escribir el Sagrado Tetragrama de tal manera, en una disposición vertical, en la que los dos brazos de ambas hei forman las extremidades superiores e inferiores de la silueta estilizada de un hombre; la iod, superior, su cabeza, y la vav, su tronco, de manera que el lugar en donde se ponen en contacto iod y vav es el pecho, el receptáculo del corazón.
Para ir redondeando entonces, dos visiones, siempre, del destino del hombre y de sus ilimitadas posibilidades, en las palabras que lo connotan: una, la de su condición que puede jactarse de una esencia divina, ya que ha sido creado a imagen y semejanza de su Creador, pero también la de su crucifixión a una condición material y perecedera: la prisión de su cuerpo temporal; las palabras para hombre oscilan entre aquella gloria y esta miseria…
Esta ambigüedad es la que sin duda refleja la tragicidad humana, este thauma de Sófocles, cosa tremenda el hombre… que Virgilio retratará noblemente en el símil de la encina, en los versos en que Eneas, en su condición de hombre heroico excruciatus, es parangonado con una añoso tronco que hunde sus raíces en los infernales mundos inferiores en la misma medida en que, hacia el éter, extiende la vocación de su ascenso espiritual:

quantum uertice ad auras etherias,
tantum radice in Tartara tendit.

También Pico della Mirandola equipara a hombre con un mago, cuya misión demiúrgica es la de maridar mundos, maritare mundos, en un pontificado sacrificial que le impone la labor de eslabonar el mundo superior con el mundo inferior, hermanación de los opuestos en una dolorosa y parturienta coincidentia oppositorum, que lo hace vinculorum vinculum, vínculo de vínculos, (como también expresa Job: desde mi carne veré a D’os), en un pontificado que eslabona Hades con Éter, cielo e infierno, patrimonio exclusivo del hombre como creación eminente de la Divinidad y su más excelente encarnación, lo cual se evidencia en la aleph, esa letra que tiene forma de hombre con sus cuatro extremidades, y a la vez es el símbolo del infinito, el ocho horizontal, pero dos de cuyos nexos no se ven, porque sus ligaciones se producen en un reino trascendente más allá de los sentidos…
Si seguimos esta línea de pensamiento cabalístico rotatorio de la técnica de la temurah, observamos que la palabra Adán en castellano, invertida, forma el término nada, lo cual no es casual pues sigue permitiendo el camino de pensamiento que asocia al hombre al soplo pero pasajero, inconsútil que requiere la humildad de su condición mortal, que expresáramos arriba al relacionar adam con adamah, tierra, y a homo con humus, como si a pesar del salto de una lengua a otra, las relaciones entre los vocablos, o algunas relaciones-clave muy importantes, se sostuvieran.
Esta humildad, que debe ser patrimonio de la reflexión del hombre como reconocimiento del alma de su condición minúscula de chispa divina ante la inmensidad de la majestad del Creador, es lo que se avizora (digámoslo para terminar este ensayo sobre los términos para hombre) en dos palabras hebreas que refieren al ego y al sujeto como individualidad entendida de manera separada frente al Creador que lo ha formado.
El término hebreo para yo, aní, con aleph, posee incorporada la esencia de su verdad en el corazón de sus tres letras: si rotamos la iod final y la colocamos al medio, sin que la nun divida a la aleph inicial de dicha iod, obtenemos ain, que en hebreo es la nada. De manera que el reverso del sujeto, la otra cara insoslayable de su moneda, para que no se ensoberbezca demasiado, es la nada, que debe reconocer como cualidad inherente que le es requerida descifrar, para que ocupe el verdadero lugar que le corresponde en las beatitudes infinitas del ser.
Si cambiamos la aleph por una ain que, según hemos expresado en otro de nuestros ensayos, no es más que el reflejo opaco, la materialización de la aleph, obtenemos el término ain (compuesto esta vez no por la aleph inicial, sino por la letra ain) que significa ojo y fuente, lo cual es otra manera de aludir al sujeto, pues el ojo es la tierra, el punto de posición y de vista, desde donde el sujeto mira el todo que es un gran Tú frente a su minúsculo yo y, como tal, punto de posición donde se halla de pie en su actitud de contemplación del mundo, por lo cual es una fuente desde donde se despliega ante el todo que lo circunda y envuelve; su pequeñez se sigue revelando si rotamos las letras y formamos, interceptando el encuentro de la ain con la iod la letra nun, de manera que obtenemos la palabra oni, que signifca pobreza o miseria y que es, paradójica y misteriosamente, la cualidad que debe ser reconocida como propia por la criatura para que su Creador se percate de su existencia y la sostenga en las adversidades, proveyéndole del sostén invencible, según vemos en los Salmos.

Sobre la fe y la idolatría en dos palabras hebreas

Sobre la fe y la idolatría en dos palabras hebreas


Ya he reflexionado en otra ocasión sobre la palabra mamón, que significa dinero en hebreo y que hace referencia a una antigua divinidad pagana filistea, y su relación con la palabra emunah, que significa fe.
De manera que el dinero es una especie de materialización de la fe, y un sustituto idolátrico que suplanta a la confianza en el Creador como dispensador eterno; quienes se dejan anegar el corazón con la mem que inicia a la palabra mamón, suplen la confianza en la infinita generosidad divina, en Dominus providebit, con un ciego y desesperado atesoramiento de riquezas… esto es lo que sucede con las palabras emunah, confianza, fe, y mamón, el dinero que es un sustituto demoníaco de esa tranquilidad depositada en que D’os sabrá darnos a su debido tiempo lo que a su debido tiempo necesitemos.
Pero quiero rescatar aquí otra pareja de palabras: emunah y temunah, fe e imagen, en la segunda de las cuales hace su aparición la tau, esa letra final tan temida que apuesta por una huída desenfrenada a los últimos recursos, a la materialización, al aferrarse a mecanismos pueriles cuando no se halla la paz para esperar ni para razonar con más calma.
Temunah significa imagen y, como es sabido, la verdadera fe puede ser suplantada, en un intento desesperado por aferrarse a algún leño cuando el barco de la vida está por naufragar, mediante el apego a alguna baratija, una estatua, un ídolo, una representación del Sujeto de quien emanan todos los auxilios que tan anhelosamente reclamamos en instantes de zozobra espiritual.
Por eso, creo ver en esa palabra, temunah, mediante la tau que la endurece en su inicio, una idolátrica cristalización, una ignorante momificación de la fe, emunah, de manera que ambas palabras retratan dos percepciones muy diferentes de la asistencia divina; la primera, ve la fe verdadera en la fuerza del Creador como el sustento para todas sus inquietudes; la otra, se vale de simulacros, espejismos y nieblas como baratijas en las cuales poder anclar sus ansias de tranquilidad.
Al igual que los que adoran a topos y murciélagos, esos idólatras que prenden velas a imágenes, dignos de compasión, aun cuando no menos escuchados por D’os, Quien, en su infinita compasión y misericordia, atiende todas las súplicas y no rechaza ninguna, aunque los medios a través de los cuales los hombres se acercan a Él no sean los más elevados.

Serendipias y Sincronicidades

Serendipias y Sincronicidades

Se denomina serendipia, o serendipidad al hallazgo de algo de manera casual, el descubrimiento de algo que es un gran invento o un saber trascendente, mientras buscábamos otra cosa. Es, pues, algo que “se nos da”, una generosidad de las fuerzas celestes para mejorar ago de nuestra condición de hombres.

Estos hallazgos tienen un nombre: serendipity. El término lo acuñó el escritor británico Horace Walpole en 1754, para indicar la habilidad que tenían los protagonistas de un cuento persa, The three princess of Serendip: “siempre descubrían, por accidente o por sagacidad, cosas que no estaban buscando”.

¿Existió este sitio, existió realmente Serendip? Serendip es la trascripción inglesa del nombre persa de la isla del Índico conocida hoy como Ceilán, cuyo nombre actual es Sri Lanka.

Serendipity durmió durante siglos, hasta que resucitó para aludir al descubrimiento científico casual: una de las primeras menciones es de la revista Scientific American en 1955: "Our story has as its critical episode one of those coincidences that show how discovery often depends on chance, or rather on what has been called _serendipity'---the chance observation falling on a receptive eye".

El término tuvo tal éxito que hasta dio lugar a libros: R.M. Roberts Serendipia. Descubrimientos accidentales en la ciencia (Alianza Editorial, 1989). Su fama científica es más extensa aun: uno de los proyectos de búsqueda de vida extraterrestre se llama también Serendip. Pero cuando apareció la WWW, muchísimas personas descubrieron que era perfecto que existiera un término para unos hallazgos que pronto se convirtieron en parte integrante de la vida de la red...

Tal reza, más o menos un artículo que hallé en la www, pero que no fue una serendipia. Yo busqué el término específicamente, con conocimiento de causa (sin saber bien su significado, pero no indagando otra cosa).

Por eso en este caso no fue un descubrimiento serendipíco el arribar al significado de la palabra, puesto que la busqué adrede y puntualmente pero a lo largo de mis lecturas y estudios, sí que se han dado encuentros serendípicos...

Pero quiero relacionar en este texto la serendipia con otro concepto tan complejo y como hermano suyo: el de la sincronicidad de Jung.

La sincronicidad tiene un no sé qué que roza el tema de la serendipia. Consiste en una simultaneidad que a primera vista parece casual, pero la posibilidad de que esta confluencia sea una casualidad tiende a cero, en el límite de lo improbable, y es como un guiño de una inteligencia superior que nos resulta racionalmente incomprensible, pero que intuimos.

Percibimos, gustamos la existencia de una arquitectura elevadísima que rige esos fenómenos y que parece asomarse, pero a la vez parece no querer mostrarse de manera franca (sus razones tendrá). En el relato de Isaac Asimov Mi nombre se escribe con S, hay una relación entre el azar (como malentendemos nosotros) e inteligencias superiores (causas verdaderas de fenómenos inexplicables), de otros planos de realidad, narración que justamente por su carácter de creación o invención ficcional, pueden ser un intento de explicación, o al menos la única forma de acercamiento de nuestras posibilidades intelectuales, a la forma en que se dan estos actos insospechados para la mayoría de los hombres, pero sospechados a la vez por algunos. Son, me parece, uno de los más fuertes argumentos que demuestran la presencia de lo trascendente en nuestro mundo material, después del amor, el pensamiento y la conciencia mismos.

La sincronicidad reviste a veces la forma de hallazgos casuales, de manera súbita, de algo que uno buscaba afanosamente en un momento dado, y no encontraba, y que después es como que "se ofrecen" cuando no son ya solicitados (como si el destino obrara a veces como una veleidosa y cruel Ma dame de trovador). Jung lo denomina sincronía... un tipo de coincidencia que tiene que ver, me parece, con la energía de la mente humana y de su capacidad para obrar demiúrgicamente, pero sólo si no lo hace directamente, sino oblicuamente, no coercionada por una voluntad que le repugna o la obnubila... como el querer mirar una estrella, que sólo se alcanza mirándola de soslayo, y no se entrega a la solicitación directa.

Famosas son las grandes coincidencias en que el destino parece demostrar una cuota de humor…
Como el naufragio en que el único sobreviviente fue un tal Hugh Williams, allá por 1664, y unos años más tarde, en 1765, hubo otro naufragio en el que el único sobreviviente fue también (oh maravilla!) un hombre llamado Hugh Williams, pero el colmo de lo bizarro es que se volvió a producir lo mismo en 1860… y ya uno queda boquiabierto y pasmado…

En mi vida personal, puedo contar una que me hace sonreír con un franco humor tranquilo: siempre soñé con vivir en el siglo XVIII, añorando los trajes ampulosos de esa época… usé mucha , tal vez demasiada, energía mental en ello, porque me fascinaban las calzas blancas a ajustadas a los pies de esa época… bueno, con el tiempo, me salieron várices, y debo usar ahora medias elásticas muy similares a las que se usaban entre los petimetres de esos años barrocos… el destino me jugó una “sincronía” o algo así: me concedió lo que yo anhelaba, pero a la vez la concreción conllevó un sufrimiento, ya que uso medias así por un problema de circulación a la vez que no se ven, debajo de los pantalones!…

La clave de las sincronías es tomarlas con humor, siempre que no excedan el campo de lo dañino para un ser humano. Es como si un espíritu oyera algunas de nuestras palabras o anhelos y se propusiera cumplirlos, por eso hay que ser precavido con el Verbo… Una exacerbación del cuidado con el verbo, que tiene su raíz en la concepción divina de la palabra, el Logos, se relaciona con la sacralizad y la formalidad sacerdotales y muy restrictas en las fórmulas del derecho romano y la concepción mágica del poder del nombre propio, y de toda la cabalah.

Un entrecruzamiento de cosas cuya indagación curiosa e impertinente por parte del hombre puede derivar en una esquizofrenia grave, porque todo este orden de sincronías implica pensar a la realidad como un trenzado de símbolos, pero de manera literal, paradójicamente un nudo gordiano cuya inextricable trama puede ser acomodada por seres suprahumanos. Clarividencia y profecía serían acercamientos, casuales o conscientes, no lo sé, a esta fuente de un saber y de un ser totalmente ocultos.

Sin embargo, creo que debemos ir por la vida sin abismarnos en esto, porque puede ser fuente de muchas neurosis, y confiar primeramente, y por sobre todas las cosas, en la Misericordia y la Sabiduría de la Divinidad, dejando a ella todas las sabias decisiones, sin forzar nada… cosa nada fácil por cierto, guiados como estamos por nuestros anhelos un poco egoístas por momentos. Una conciencia limpia y claras convicciones morales justifican, por otra parte, nuestros actos por ellas mismas. Además, tenemos la libertad que Dios nos ha dado para forjar nuestro destino, mientras no dañemos concientemente a los otros.

Quizás cuando el hombre domine cabalmente (sin peligros ni arrebatos irracionales) su mente, pueda manipular esta vertiente mágica de realización, y cambie el orden de las cosas para mejorar la evolución humana. Ojalá se use para bien.

Sabotaje, subversión y cábala

Sabotaje, subversión y cábala

El sabotaje, por definición, es la deconstrucción y ruptura de un sistema. El orden, por paradójico que sea, sólo se comprende cuando se lo rompe, cuando se lo sabotea y salen a luz sus intrínsecas finalidades.
Pero, como sabiamente expresa una frase , para encontrar sentido a un orden establecido, paradójicamente, debemos subvertirlo, romperlo, destruirlo, y sólo así entenderemos , del mismo modo que para entender la trama de un dibujo de un tapiz, debemos darlo vuelta y estudiar cómo se comportan sus hilos en el revés de la trama. Dicho de manera brutal: sólo la ruptura del orden nos devuelve y revela el sentido de dicho orden. Paradoja pura. Dinamita para los estructurados.
Uno de los postulados intrínsecos del juego cabalístico para exprimir las verdades del texto es el Tzeruf. Consiste en romper el orden de las letras de una palabra, y a partir de allí crear nuevos (posibles) ordenamientos que nos proporcionen nuevas herramientas de análisis y nuevas perspectivas de visión y análisis, a partir de la formación de nuevas palabras cuya estructura esté conformada por las mismas letras de las palabra utilizada como punto de partida, pero con otros significados.
El tzeruf es en la mística hebrea una herramienta de prueba del alma del individuo, ya que la palabra se asocia a los tormentos que debe experimentar el fiel, impuestos por Dios para examinar su alma; el término se asocia a la fundición de un metal para comprobar su pureza, y la aleación de la que está compuesto, de manera que implícitamente alude al calor que saca de su estado sólido. Por lo tanto, implica el calor, el fuego que soltará la firmeza del metal, fundiéndolo, para ver adentro, y por lo tanto es una prueba que trae dolor, crisis, soltura de las reglas a las que uno se hallaba sujeto. Se trata de una ruptura del orden dado para probar, para sopesar al hombre, en cábala al menos, ése es el fin de esta reconstrucción llamada tzeruf: comprobar de qué está hecho el corazón, el alma del hombre, qué secretos guarda e su interior, y hasta qué momento puede ser forzado y hasta qué punto es fiel a la Divinidad.
La cábala está íntimamente ligada entonces a la subversión de un sistema, a su forzado y ruptura, de manera que es rebelde y subversiva por naturaleza. El boicot es su principal herramienta de trabajo, el sabotaje es su carta de identidad, una violencia concebida como lícita sobre las palabras, que las deconstruye para reconstruirlas de una forma novedosa, refrescando e injertando nueva vida y juventud en ese proceso.

Cábala y sabotaje van de la mano, siempre dentro de ciertos límites: las consonantes; las consonantes son las estructuras fijas, los átomos del juego, los elementos sine qua non que protegen y nos ponen al margen del caos absoluto y a partir de cual no hay un regreso al orden, en su juego cósmico, de manera que el caos proporcionado como herramienta de trabajo de la cábala no deconstruye ultranza (=destruir), sino hasta los cimientos inamovibles: las consonantes, más allá n se puede ir. No así las vocales, que son el espíritu, y que, como tales son totalmente libres. Por eso, en la íntima concepción de la palabra, para la mentalidad hebrea, están perfectamente equilibradas e imbricadas la libertad (vocales, espíritu) y la rigidez (consonantes, hueso): lo que significa la expresión jarut-jerut: lo grabado, lo rígido, lo predeterminado es la libertad, y a su vez, la libertad se halla limitada... ambos conceptos, rigidez y libertad, en un paradójico cincuenta por ciento, de cuya fricción y conflicto eternos surge el mundo, mezcla quintaesencial y equilibrada de cosmos y caos.
Otro elemento interesante es que la Divinidad misma es quien nos incentiva al tzeruf, es decir, si la Divinidad nos aconseja recurrir al desarmado del texto, nos invita a la tarea de la creación, como socios de ella, somos colaboradores en la creación, en el cosmos por la Divinidad creado (en perpetua creación). Hay elementos dados (el tiempo perfecto de la lengua hebrea) y elementos en donde nos es dable actuar, participar en la creación (tiempo imperfecto de la lengua hebrea).
La deconstrucción y reconstrucción del texto bíblico y de todo aquello que en la realidad nos es dable desarmar y volver a armar, es propiciar el sentido de plena pertenencia en libertad al mundo, lo cual le ha sido confiado solamente al hombre.
Diego Márquez

Reflexiones cabalístico-poéticas sobre el libro, los pájaros los árboles y el mar

Reflexiones cabalístico-poéticas sobre el libro, los pájaros los árboles y el mar

He expresado a menudo en estos comentarios sobre el hebreo y la cábala -y seguiré reforzando mientras mis reflexiones saquen fruto de ello- que existe una misteriosa afinidad entre el hebreo y el castellano, una hermandad oculta que parece anticipar desde la eternidad en que fue concebida la lengua hebrea cierta afinidad fonética de términos que trasciende la etimología estrecha y cronológica. Un ejemplo es la palabra nahum y nahamah, que significan cosa agradable y placentera, y que parecen confluir con el término español ameno (del latín amoenus, por supuesto) si bien en otros casos la afinidad es específicamente entre el español y el hebreo. El verbo expresar se parece bastante a asaprah, que significa expresar y, con alguna rotación interna, a la voz frase. Existen muchas de estas perlas extrañas y arcanas que nos hablan de cierta predestinación para el paso del pueblo elegido por Sefarad, ese pardes o jardín del que luego también fueron expulsados, pero injustamente.
Este comentario quiero abrirlo, una vez dicho lo anterior, por la hermosa palabra castellana libro. Proviene, como todos sabemos, de liber, término latino asociado con la corteza del árbol, el liber con que se confeccionaban los arcaicos volúmenes en que se escribían las cosas dignas de permanecer y de no fugarse hacia las regiones superiores de donde provienen, los relámpagos de la inteligencia que son las voces, esos entes espirituales que relampaguean y vuelven a ascender a sus moradas superiores, después de asomarse durante el tiempo de un pestañeo por el mundo inferior. Sin embargo, si rotamos la palabra liber con un leve cambio de vocalización, y dividimos en dos partes el resultado, obtenemos libro  lebro  or leb, lo cual en hebreo es afín a la expresión luz del corazón.
De manera que el libro es una luz que emana del corazón, una sabiduría que se entrega a sí misma generosamente a partir de la fuente del corazón.
Esto parece estar en consonancia con lo que señalaba el célebre cabalista medieval Abulafia, maestro inspirador de Raimundo Lulio el mallorquí, cuando decía que lamed, la letra del corazón, es por notariqón el acrónimo o rashei tevot, la sigla de la expresión Lev Mevin Daat (el corazón que discierne el conocimiento), es decir, un conocimiento que va más allá de lo mera y mezquinamente racional y que se comprende, se aferra y se aprehende con el corazón como llave idónea que puede abrirlo y decodificarlo. Un libro será un libro en la medida en que contenga conocimientos aprensibles por el corazón, y no simplemente por la mente.
No menos curiosa y providencial es la relación fonética entre libro y libertad; conocida es la frase que dice liber liberat, jugando con esta identidad fonética. Incluso podemos analizar las dos últimas letras (at) como una alusión cabalística oculta a la primera y la última letras del alefato hebreo, aleph y tau, de manera que el libro hace libres a los hombres pues contiene la sabiduría de las veintidós letras, de la aleph a la tau o, como dirían los griegos, el alfa y la omega. Demos fin a la apertura de este fragmento diciendo que esta inquietante hermandad del hebreo y del castellano se ve también en la palabra veloz y la expresión la voz, que recuerdan mucho a la expresión oz lev que significa poder del corazón, pues justamente la palabra es la apertura de lo que el corazón encierra mediante las llaves de las cuerdas vocales, el espíritu o pneuma que se enuncia oralmente con el aliento, y ese rúaj tiene como condición principal su velocísima celeridad espiritual, sin la fricción que provoca el mundo de la materialidad; nada más veloz que la inteligencia y sus ejercicios y profericiones.

La tradición de la palabra oscila entre una época de oralidad que precede a la escritura, ello es algo que no hace falta recalcar aquí y sobre lo cual se ha escrito más que redundantemente. Sin embargo no he tenido ocasión de leer un solo comentario basado en la oralidad y la escritura en base a consideraciones de índole cabalística que incluyan los términos para libro en las lenguas clásicas, por eso quisiera hacer algunas reflexiones sobre tal asunto aquí, si se me permite, sin impedir que la imaginación vuele a terrenos más bien poéticos, porque todo análisis que se sirve sólo de la deducción, arrastra el alma hacia abajo, mientras que el ejercicio mental que da lugar al asombro y la maravilla eleva a regiones superiores; no en vano el principio de la filosofía es el thauma, el asombro que nunca debe abandonar el hombre, sacrificándolo por la disección despiadada y estéril; recordemos que Raví Akivá descubrió el secreto para Elokim escrutando los jeroglíficos celestes, en muda y maravillada contemplación nocturna de los astros, cuando preguntó ¿Quién creó a estas cosas? (Mi eleh bara?), y le fue respondido, Elokim!, con un simple retruécano de las letras de su pregunta, poniéndolo en la pista de que toda pregunta está ya preñada de su respuesta.

Comencemos con la palabra hebrea para libro: sefer. La gematria de sefer es 340, la misma que para el vocablo shem, nombre, de manera que el libro es un despliegue del Nombre divino. Esto se ve reforzado cuando consideramos, maravillados, que la Presencia Divina, la Shejinah, tiene el mismo valor que el término hebreo para lenguaje, sofá, que es por gematria 385, es decir, el lenguaje es el vehículo en donde principalmente viaja la presencia de la Divinidad.
Si retomamos la idea del libro como puerta de la libertad espiritual, liber liberat y reflexionamos en la etimología que retrotrae liber a la madera interior del árbol, llamada liber, que es la tierna corteza de donde se elaboraban las páginas de algunos arcaicos libros, podemos asociar la libertad que el libro aporta con el paradigma mismo del ser libre: el ave, que hace sus moradas en las elevadas copas arbóreas (en hebreo hoja de árbol se dice alej, raíz que parece compartir con la palabra hebrea para subida, elevación y ascenso, ya que las hojas tienden a subir, a ascender buscando la luz). Hay, por todo lo dicho, un nexo indisoluble entre árboles, aves y libros, así como algún poeta dijo alguna vez que los libros son, hasta que se los abre, como pájaros dormidos.
Todo bosque es una biblioteca muda, donde los eremitas iban a aprender secretos muy profundos, y toda biblioteca es de cierta manera un bosque de armonioso canto y deliciosa sombra. La asociación entre árbol y libro es pues, muy fuerte, como innegable lo es el vínculo entre conocimiento, árbol y fruto, si recordamos al árbol del bien y del mal, así como el nexo entre libro y fruto, si no olvidamos aquel libro que san Juan come en el Apocalipsis, y que le resulta amargo y dulce a la vez.
Como acabamos de decir, la forma misma del libro recuerda -por su lomo y sus hojas- a la de un pájaro, sus alas y sus plumas, hermandad secreta que puede seguir indagándose en los caracteres que fueron inspirados por las configuraciones del vuelo de las aves, e incluso por el uso de las leves, flexibles y sutiles plumas de los volátiles para confeccionar los instrumentos de la escritura (así como la relación del mundo vegetal con el libro se ve confirmada por el uso del junco, y la que mantiene con el fuego y la luz por el con el carbón que se emplea para fabricar la tinta, una vez extinguida la llama que produjo el carbón, o su hermandad con el olivo -árbol de la prudencia y la sabiduría- por el aceite que alimenta los candiles bajo cuya luz se estudia).
Pero la forma anterior y primigenia de los libros era la de rollos o volúmenes (de volvo, enrollar, envolver), palabra que en hebreo es guil , y que tiene la misma raíz de ola, gal, porque en el rollo y en las olas está ese entumecimiento envolvente que caracteriza a las formas circulares y esféricas, relación que se mantendrá en las palabras gulgolet, calavera, por la forma cupular del cráneo y para igul, circulo; en realidad, la guimel es una letra que en hebreo se halla presente en muchos vocablos que aluden a la tumescencia, sea de la joroba del camello, la soberbia, la riqueza, o la giba de la espalda, e incluso si buceamos más profundamente, el gozo, que se dice guil en hebreo refiere a ello, si consideramos que las carcajadas de la risa obligan a un ondular del cuerpo que se manifiesta por ondas que parten del plexo solar y se caracterizan por movimiento espasmódicos del tórax, y esta relación entre olas, mar y contento que parece vislumbrar aquel poeta griego que cantó acerca de la innumerable risa de las olas del mar.
Esto nos permite asociar al guil o rollo con un despliegue de sabiduría a la manera de ondas que parten de un centro, un despliegue del Shem a través de un sefer, es decir, del Nombre divino (340) a través de un libro (sefer = 340). De manera que el libro no sólo se asocia al árbol y a los pájaros, sino también al mar, al oleaje innumerable e infinito. Desplegar un rollo es comenzar una peregrinación, una navegación , odisea o periplo en busca del norte del conocimiento, y es también un gozo… enfrentar y surcar ese mar de olas del volumen que se despliega espléndidamente ante nuestra inteligencia, y que recorremos maravillados como un territorio fantástico, como ingresando literalmente en un país de leyenda, y lo hacemos literalmente al desplegar ese mapa mismo del libro, de manera que se cumple al pie de la letra la paradoja de Borges, cuando escribe acerca de aquel pueblo que quiso que todo su país fuera un gran mapa, ya que en este caso el mapa -el libro que tenemos ante nosotros- es el país que recorremos.
Queda entonces, creo, explicado por la demostración de la metáfora y la poesía, por qué un libro, un volumen (guil) que desplegamos desenrollándolo a partir de su centro, es una ola de generosidad plena (gal en hebreo) que nos produce el gozo (guil) y al mismo tiempo, es la peripecia de un viaje de exploración.
Ahora bien, que el libro haya sido denominado a partir de su circularidad, su capacidad para involucrarse en si mismo en un recogimiento centrípeto cuando se elaboraban los rollos, no lo es menos por su capacidad de germinar en un despliegue centrífugo, en la generosidad de sus ondas cuando se lo desenrolla, lo cual recuerda que toda creación emana de las manos del Orfebre supremo como olas y olas de oro, que fluyen de las manos que danzan, tal como expresa Salomón en el Cantar de los Cantares, cuando en uno de los arrebatos que me parece justo colocar entre los más sublimes de la poesía de todos los tiempos, compara las manos del amado como olas de oro que fluyen musicalmente, armonía eterna, a partir de la Fuente de las fuentes.
El volumen, el libro, se despliega como una oruga (que tiene forma de rollo voluminoso) y se termina volviendo mariposa etérea, y así regresamos al mundo de las leves criaturas del aire y de la brisa.
También el rollo de la Torah estructura las marítimas olas de sus pliegues sagrados mediante dos travesaños que son llamados etz haim, árboles de la vida, y se cierra así el círculo que vuelve al nemoroso mundo arbóreo del que habíamos partido, después de haber zarpado al de la espuma y las olas del mar.
Los latinos llamarán a esos travesaños umbilici, ombligos, en torno a los cuales se pliega el líquido volumen por el que ha corrido el río de la tinta, y que nos trae a la mente la magnética energía de los vórtices, ya que el ombligo posee esa cualidad par arremolinar, de donde surgen las olas del gozo, de la cólera y del miedo -grandes movilizadores- que nacen del plexo y del vientre, y que llega a manejar la materia, a juzgar por la pelusa que carda y atrae por su electricidad estática esa parte de nuestro cuerpo… ¡tan grande es su energía que llega a materializarse y a manipular el ámbito físico!.
Y de este modo, así como habíamos expresado en el comienzo de este ameno paseo por el bosque de los libros, embarcándonos luego en el proceloso mar en que intentamos hermanar conceptos profundos del libro y su imaginario a la luz de los términos, volvamos a esta curiosa afinidad fonética que nos permitió hacer una temurah o permutación con las letras de la palabra libro, y leer en ellas lev or, luz del corazón, y sigamos asombrándonos, porque otro pequeño cambio vocálico, suplantando la i por una a, y se nos presenta árbol, y labor, emparentando nuevamente árboles y libros, y diciéndonos que el gozo de escribir y de leer no conlleva menos, por ser un disfrute, un parejo esfuerzo, tal como la frase que reza Per aspera ad astra, per angusta ad augusta, o aquella otra que, con el cambio de una sola letra, transmuta lo más amargo en lo más dulce: hiel en miel, y todavía aquella maravillosa verdad de que toda rosa está cercada por espinas y toda miel custodiada por aguijones.

Pero si el libro es como pájaro y como ondas que fluyen sin tasa, una de las formas de la máxima generosidad y libertad, no menos lo es de la fijación que conlleva congelar un texto, coagular la fluidez de la voz, las letras inasibles y espirituales.
La cadena de la escritura lo confiesa. El ligado de la escritura, que es circular y recta a un tiempo, como el galope del jinete (sefer, libro = faras, jinete en hebreo) en el galope de las palabras que fluyen con la tinta. Por eso la actividad de escribir en hebreo la expresa el verbo lijtov, y libro en árabe, qitab, tiene la misma raíz, palabras que fonéticamente dan la impresión de algo fijo, inamovible, como aquellos caracteres inamovibles que inventara Theut según Platón en el Fedro, y que enmudecidos ya no hablan; si bien la cábala, con sus ruedas de permutaciones, sabe hacer andar a esos seres que para las culturas indoeuropeas nacían muertos, ya que congelaban sus vocales, cosa que los semitas nunca hicieron, dejándolas siempre afuera de la caja (o jaula) del renglón.
La palabra escrita puede ser forzada y hacérsela comparecer en el círculo de evocaciones del cabalista, por así decir, para que revele secretos contenidos en ella, mediante tres procedimientos, la gematria, la temurah y el notariqón, que no explicaremos aquí, pero que se basan en los principios de que el mensaje de la Divinidad no puede mentir, y que en la parte está contenido el todo.
La gematria está basada en que dos palabras con igual cifra comparten identidad esencial; la temurah permite rotar consonantes para sacar una palabra de otra; y el notariqón, parte de la base de que cada palabra es, en sí, una sigla de la que pueden desplegarse otras palabras, infinitamente.
La qabalah es la agricultura, entonces, de ese nemoroso robledal de la palabra escrita, ya que ara los campos de la escritura. Si concebimos los renglones como un arado (y la forma antigua de la escritura en forma de bustrófedon etimológicamente lo insinúa, ya que significa el roturar de los bueyes con el arado), una agricultura intelectual y espiritual, de reglas que trascienden la razón, porque el punto en que la Divinidad escribió el libro por excelencia, el Pentateuco, es la eternidad, no limitada por el tiempo, donde todo fue pensado en un tiempo sin tiempo, y todo subyace en las letras de ese libro infinito.
Todo puede y debe buscarse en él. La palabra hebrea para agricultura conlleva la ida de escritura, pues es jaqlaut, que puede leerse como ley para el signo, es decir, la ley que permite entender cómo cultivar y sacar fruto (incluso los frutos que no están dispuestos para la cosecha de todos, sino de los cabalistas solamente) en la escritura de la Biblia.
Esa triple actividad de sembrar (que, como el escribir, se hace con el brazo y la mano, zerah), arar, jarash, palabra afín fonéticamente al verbo arar, y el cosechar (iabul, palabra que encierra a lev, corazón) son las tres fases de la celeste agricultura de la qabalah.
El texto escrito, el libro, es como una serpiente que repta por los renglones y que nos propone enigmas, pues najash en hebreo es serpìente, voz que se puede rotar en nijush, adivinanza, porque nos provoca a trascender y a violar lo que un texto nos dice para inquirirle cosas que se hallan ocultas y que es osadía conocer, pero que se nos exige desentrañar, como un ovillo laberíntico, un nudo gordiano que debemos desenvolver, por inextricable que nos pueda parecer, y trascender lo mezquino que los sentidos (jushim, en hebreo que, contenidos en el vocablo serpiente, najash, como sabemos, son cinco, jamesh, y a través de los cuales se produce el pensamiento racional, por lo cual majshabah, pensamiento en hebreo proviene de bejamish que significa a través de cinco, corroborando la aseveración aristotélica), que son la forma en que esa serpiente esconde la verdad que mantiene encriptada en sus roscas engañosas.
Volemos así, para finalizar nuestro viaje, al nemoroso boscaje donde emboscados comenzamos, ya que la morada de las serpientes suele ser los recovecos de los árboles. La serpiente que tienta a Eva se enrosca en el tronco de un árbol, ascendiendo como la serpiente Kundalini, que busca la altura… y ¿acaso no son los pájaros la evolución de los reptiles, antiguas y pretéritas serpientes luego sutilizadas y emplumadas que se enroscaron a los troncos arbóreos y se animaron a remontar el vuelo y a cantar?...
A la par de la forma que, miradas con ojos de poeta, las aves comparten con los libros, existen otras dos sublimes manifestaciones del amor -la música y el beso- las cuales nacieron, según los sabios, de la observación de la conducta de los pájaros.

Reflexión cabalística sobre la letra vav.

Dios es la waw que es el nexo entre todo, la waw que está en su nombre, y por eso es la conjunción en hebreo que en castellano es “y”, que es la iod, la cual a su vez es la conjunción copulativa, pues está en su nombre inefable y tetralítero, pero también, seguida de aleph, es la conjunción disyuntiva, de modo que lo que puede unir, puede separar..

Amor omnia vincit, “el amor todo lo enlaza” (y nótese que en vincit está la waw).

Y Dios es compañía, por eso en cum esta om=um que es una de los nombres de Dios en el Todo manifestado.

Reflexión barroca sobre el estado del mundo y la sociedad inspirada por el encarnizamiento de los medios contra un posible pedófilo (El padre Julio César Grassi).

Reflexión barroca sobre el estado del mundo y la sociedad inspirada por el encarnizamiento de los medios contra un posible pedófilo (El padre Julio César Grassi).



Hay en el universo una ley de compensación que trataré de definir por uno de sus ejemplos. No prohíbe la divinidad que la podredumbre nutra al buitre y a los demás carroñeros, o incluso que la carne de un animal moribundo, a pesar de todo el dolor en el que se abisma la criatura doliente, comience a ser despedazada por la hiena… no lo rechaza como posibilidad el Creador, y en su infinita piedad da acogida a este hecho en el reino del ser, como a muchas otras ruindades, pero una cierta necesidad se sigue del acontecimiento mismo: la generación de una especial aspecto de los carroñeros.
Hienas y buitres, cóndores y escarabajos, comensales de las osamentas y degustadores de la inmundicia, adolecen de un aspecto horrible en que se cifra el guarismo que los identifica. Su figura es desgarbada, jibosa o decididamente jorobada. La piel es un arrugado y curtido pergamino de cuero macilento, las plumas son decrépitas y las pelambres hirsutas; las panzas tiesas y las excrecencias carnosas son las elegancias de su moda. Son los animales de la degradación y el reciclaje. Tampoco les es ajena esta realidad a los seres que se niegan al beso tibio del sol, como el topo o los gusanos, y las ciegas muchedumbres de las cavernas o las fosas abisales, esos escuálidos peces albinos de ojos sangrientos, junto con los pólipos que adhieren su carnoso pie en el barro profundo.
Todos estos vampiros, hongos y parásitos comparten una estética del horror que los marca a fuego y los golpea con su impronta infeliz.
Las galas de la verdadera belleza y la alegría se reservan para los etéreos colibríes, para las inocentes mariposas o hasta para la franqueza de los que abiertamente se declaran ponzoñosos, como las rana pintada y las peludas orugas multicolores. Es la perniciosidad solapada y oculta, de vocación traicionera y engañosa, la que detesta la naturaleza y a la que rubrica de fealdad repugnante.
Cada animal parece encarnar un vicio con la excelencia de una inclinación ya incorregible, por eso los gimnosofistas, entre otros indagadores en los mecanismos de las leyes de acción y reacción instituidas como premio o castigo para la conducta y los móviles del corazón humano, atribuían a determinados animales la suerte póstuma de las almas que habían fomentado tal o cual vicio. Con el girar de una causalidad inesquivable, los lujuriosos continuaban el avatar de sus días en la carne vistiendo cuerpos de asquerosos cerdos, los ignorantes de asnos, los orgullosos de torpes gallos. Animales todos que obran como multiformes coronaciones y tipificaciones de la bajeza humana, y desgraciadamente, ya no corregibles durante esa encarnación. Porque el vicio en el corazón de un hombre, aunque a costa de grandes sacrificios y privaciones, puede ser reencauzado, enderezado… pero la inclinación a su propio vicio de que está dotada cada criatura no humana es una cadena inviolable y ciega, que no podrá ser rota, al menos durante esa encarnación. La encarnación humana entraña la posibilidad de cambiarla; la encarnación animal, la inminencia de su sufrimiento y carga. Así parece haberlo dispuesto la providencia divina; ¿quién torcerá la inclinación de un burro a la tozudez, o corregirá la altivez de un gallo hacia la humildad? ¿quién calmará definitivamente la voracidad de un cerdo o su gusto por la basura? ¿quién acallará la helada sorna de la carcajada de una hiena, que en lugar de conmoverse por la desgracia ajena, llama a sus secuaces para consumar un último y doloroso destripamiento en vida? Abanico tornasolado esa variopinta diversidad de las especies animales para sentenciar y rotular en cuadrúpedos o volátiles el teatro de la miseria humana.
También están los animales de la luz: brilla la fidelidad en el perro y la mansedumbre en la vaca. Son como sellos en los que se han impreso virtudes celestes para ejemplo y edificación de los humanos, en nuestras decisiones y acciones cotidianas.
También cada enfermedad tiene su rúbrica particular. Los ojos saltones de la carencia de yodo en los hipertiroideos, la rubicundez enfermiza en los enfermos de algún mal cardíaco, la escualidez en la del anémico que delata la carencia de hierro en la sangre; y no menos evidentes son las improntas de los vicios, que nos hacen poner en guardia ante la morada fritura en la nariz del alcohólico o el paso marcial con que -hasta no hace mucho- estaban dotados los sifilíticos. Lenguajes de miserable pero certera sintáctica que comparten dos enemigos irreconciliables: la discriminación o la conmiseración del prójimo.
Algo parecido sucede cuando los afeites y maquillajes intentan camuflar la decrepitud e impostar con su dudosa urbanidad una falsa juventud; lucha evidente y despareja que la tintura da a las canas, enmascaramiento desesperado de las pelucas a la calvicie que ya anuncia un próximo desguase. Poco más pueden hacer las siliconas, los colágenos, los botulismos deliberados, las pomadas que tanto sufrimiento representan para las conejillos de india de los laboratorios, endosando más sufrimiento al karma humano.
Hay también una gramática más sutil todavía de los vicios, que se estudia en los libros de la fisiognomía: la nariz ganchuda es la conjugación del cálculo y la manipulación; los ojos semicerrados, la declinación de los oportunistas buscadores de ventaja aún a costa del perjuicio ajeno; la sonrisa dura, la del cruel y del hipócrita. La codicia no deja de morderse los labios y la envidia maquilla de cierta verdosidad la tez, dotándola de una marchita precocidad. Las venas azules que surcan delgadas manos caracterizan a las almas delicadas y naturalmente aristocráticas, los cuellos gruesos, a los espíritus entregados a la falta de delicadeza, y los labios carnosos grafican placeres apasionados y criminales celos desmedidos. La cerrazón de carácter y la intolerancia se configuran en una sola ceja continua, los dientes muy desparejos atestiguan a favor de una ruindad del alma que puede bajar a la peor brujería para ver cumplidos sus propósitos. Se descubren tantas categorías semánticas en el cuerpo y en el semblante como formas del vicio y la virtud. Desgraciadamente, en esa gramática, las irregularidades son el único refugio de las virtudes, hoy en día arcaísmos en vías de extinción y expuestos al ridículo para quien los habla, quijotismos cada vez menos frecuentes.

Hay perfumes para cada piel que etiquetan a las razas y sus hibridaciones, sudores agrios, sudores dulzones, afrutados unos e insípidos otros. Hay hálitos corrompidos y hálitos frescos, sin que su índole se corresponda necesariamente con la edad de su propietario; bocas pastosas o completamente secas, palmas pegajosas o sudorosas, dedos afilados, pulgares embotados… cada uno es el nombre que significa o refuerza determinada disposición del alma. Hay dolencias que comparecen ante defectos del ánima, como la miopía en los egoístas, las várices en los reprimidos y el asma en los pusilánimes y cínicos.

Pero toda ella es una gramática condenada a priori (aunque eficiente), un arte prohibida desde que sólo debe movernos la bondad y la dulzura de carácter. Ha sido superado el libro de Hermes en el que estas precauciones fueron redactadas. No hay puestas en guardia válidas desde que un Salvador vino al mundo, quien dejó obsoletas todas las precauciones, aboliendo el uso -aunque no la validez- de estas alarmas ante las mezquindades o carencias del espíritu del próximo. Quedó en pie una sola regla del antiguo régimen, que es la única del nuevo: ama a tu prójimo como a ti mismo. Ley draconiana y durísima en su observancia, si las hay, y con más razón hoy en día, con el enseñoreo de la maldad en el mundo, ley prácticamente impracticable, si no es con el propio perjuicio. Porque, ¿quién se animará a abrir la puerta de su morada para dar una limosna, aunque el corazón así nos lo dicte, cuando podemos vernos envueltos en uno de los peores engaños, y hasta en la complicidad insospechada de nuestra propia muerte?, ¿quién dará una dádiva sacrificada de la miseria con que hoy se paga el trabajo honrado, en la duda de que quien la pide, aunque parezca un mendigo desplomado en la desgracia de circunstancias muy adversas en la vida, no sea un perito en el arte del disfraz y un abusador de la piedad honrada? ¿quién osará defender públicamente a un criminal quizás verdaderamente arrepentido, cuando los que lo reprueban pueden estar escondiendo (hasta de ellos mismos) en el voraz escándalo de su condena una inclinación a vicios similares a los de aquellos a quienes acusan, pero que no quieren confesarse?. Con todo, siempre será valida esta ley absoluta: sólo podrá arrojar la primera pedrada el que nunca haya pecado. Quien así lo hace se autocondena, en la consecución de sus pecados, a la misma severidad que invocó para el delincuente que lo escandalizó. Y nadie podrá borrar, en la balanza de la piedad divina, si quiera uno solo de los actos buenos que obró un pecador, (aunque haya sido el peor de los pecadores) invocando la envergadura de los pecados que cometió, sino que quien así obre, solamente empañará el mérito de los propios actos buenos, evidenciando que de los dos rostros de la justicia sólo conoce el de la severidad, no el de la misericordia.
Difícil cada vez más el camino de los cristianos, de los mansos y los de corazón sanamente blando. Ya se sabe, somos como palomas rodeadas por serpientes, como corderos entre lobos.
Quizás la única salvación entrañe el precio de ser despedazado por los buitres y las hienas de este mundo, y quizás sea imposible redimirnos, sin un dolor que no siempre estamos dispuestos a pagar.

Raíces y fulguritas

Raíces y fulguritas


En la cabalah, todas manifestaciones del Olam hazeh, y de este mundo de la acción (Olam Assiah) proceden de mundos supriores en donde todo lo material y manifestado hunde sus raíces. La palabra raíz (shoresh en hebreo) es muy importante en cabalah.
Por otro lado, en un famoso diálogo platónico se dice que los hombres son como árboles invertidos cuyas raíces tienden hacia arriba (Timeo 89-90), ya que su mente las “hunde o eleva) hacia el cielo. En un famoso grabado de la obra de Robert Fludd Utriusque Cosmi Historia, vemos una palmera invertida cuyas raíces se aferran a las regiones superiores del cielo, invertida, lo cual es una simbiosis de este a afirmación platónica con las teorías cabalísticas del árbol sefirótico de la vida.
Interesante es que las formas de las raíces se asemejan bastante a desgarrón de los relámpagos, si bien sus naturalezas a primera vista parecen opuestas, ya que unas son de la más áspera materialidad, oscuras ciega y enterradas en las entrañas de la tierra, mientras que otros son luz pura y energia, es decir, son los dos extremos: ceguera material, densa y oscura mateira terrosa, y apertura a mundos superiores de fuego y luz. Sin embargo, la estructura parece coincidir.
Por otra parte, existen las fulguritas, esas rocas cristalinas que materializan a los rayos, y que se forman cuando un rayo penetra en algún terreno arenoso, imantando fundiendo el sílice, y vitrificándolo al punto de que se vuelve un rayo congelado en vidrio, incluso con la forma de una raíz, pero de piedra, de cristal.
Pero hay un punto en donde el rayo y las raíces se unen materialmente, y no sólo por una similitud arcana y secreta, sino que ella se manifiesta a través de un contacto físico. Y es cuando un rayo impacta en un árbol cuyas raíces se hallan en un terreno arenoso. Porque el rayo penetra a través del árbol y genera fulguritas, que justamente se forman en contacto con las raíces del árbol y siguiendo sus formas.
Es interesante que el vocablo hebreo raíz se parezca a Sardis (por la líquida vibrante resh y la sibilante al final de la palabra, pero con otra sibilante igual al comienzo, que convierte a la palabra en un palíndromo (sh-r-sh), En realidad la palabra misma parece un jeroglífico de lo que la cabalah entiende por raíz, ya que si consideramos las dos shin estas pueden ser graficadas como raíces con sus tres travesaños como rizomas, ya hacia arriba ya hacia abajo, si escribimos la palabra en forma vertical (como se hace en ocasiones con el tetragrama ara que adopte la forma humana). Y la resh en el centro, que indicaría la emanación (pues la resh alude a ondas expansivas) de unas raíces hacia las otras como en una interacción de feedback, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba.
Esto es a lo que alude la cabalah cuando afirma que las cosas en este plano de realidad tienen sus raíces en mundos superiores (la shin inicial), pero a su vez generan cosas por causa y efecto (las representadas por la shin final). Esta coexistencia de raíces superiores e inferiores es a lo que parece referirse Virgilio cuando dice que Eneas -y en general, todo héroe- es como una encina que tanto eleva sus ramas al cielo cuanto ahonda sus raíces en la profundidades de la tierra (Eneida, Canto IV, v. 446).

Principados diferentes sobre otros cielos

Principados diferentes sobre otros cielos

Entre los espíritus de las jerarquías celestes -asegura el pseudo Dionisio el Areopagita- los Principados son espíritus bajo cuyo cuidado están las naciones de la tierra... y eso parece verse en las diferencias de los territorios y los países que se recorren en los viajes, a juzgar por un aroma indefinible de todo lo que rodea el cielo bajo el cual nos movemos, así como sus pulsos personalísimos...

Aunque peque por caer en lugares comunes, no quiero dejar de remarcar que El Cairo produce un fuerte choque con lo maravilloso, y el encuentro con lo impensable, para la mentalidad occidental.

Una de las primeras reflexiones que saltan a nuestra mente es cuán abigarrada, distinta y laberíntica puede ser una región de otra en este mundo... donde si uno aguza los sentidos, observa con perplejidad que hasta las piedrecillas del camino son diferentes (hay basalto, caliza y alabastro), que hasta las configuraciones de las nubes son particulares y parecen trazar caracteres que expresan cosas en otra lengua, pues se nota que sus disposiciones en el cielo obedecen extrañamente a leyes diferentes de aquellas a las que estamos acostumbrados; incluso me atrevería a decir que aun el ladrido de los perros tiene un sutil toque distinto, si no en el ladrido en sí (y quizás en eso también), en la nerviosidad y el ritmo con que ladran.

Los rostros humanos no sólo son diferentes en los rasgos faciales, sino en las desacostumbradas anomalías, en la forma en que el vello va apoderándose del rostro de algunos individuos, la manera en que las manchas tiñen los dientes, los gestos, la particular entonación de los vocativos para llamar al prójimo, el agua de las risas, las sinuosidades y los pliegues que las grasas ocupan en los cuerpos y las caderas, y hasta la tenacidad de las moscas en su descarado estorbo.

Los sabores y olores no solamente son diversos de los occidentales sino que además, y más inquietante que eso, es la poderosa coherencia en su lenguaje, que dice algo a coro, siempre lo mismo, extraño, subyugante, maravilloso...

Todo obedece a otros caracteres, a otras aspiraciones, a otros recónditos ideales, a otra geometría, a ora simetría, y parece digitado por inteligencias y espíritus diferentes de lo que esas mismas cosas siguen, los lugares a los que estamos habituados en Occidente.

Diego Márquez Robledo.

Pensamientos condenados, heterodoxos, heréticos.

Pensamientos condenados, heterodoxos, heréticos.

Si el enjambre de los hombres es asimilable a un ejército que lucha contra la fuerza de la nada, podría afirmarse que, en la conformación de las fuerzas de lucha, la abeja reina es el ideal por el que es hermoso morir, mientras que los pensadores y científicos podrán ser equiparados con los estrategas de esa guerra. La gente común (los trabajadores cotidianos y honrados) pueden ser comparados con los soldados rasos, los infantes que sufren el verdadero fragor de la batalla, las obreras… pero la auténtica fuerza de choque, la vanguardia, la configuran unos pocos elegidos: los soñadores, los poetas y los artistas. Ellos son los que luchan sin tregua y los que siempre, casi excluyentemente., deciden el triunfo de cada batalla.

En este teatro del mundo en el que cada uno representa un rol que oscila entre el patetismo y la pusilanimidad, toda sinceridad termina siendo a la postre un autoengaño que resulta desenmascarado por la desilusión o el arrepentimiento.

Nada representa blasfemia, ni ofensa para la divinidad si no entraña el daño del prójimo., o al menos la intención de este daño. Tampoco representa injuria, pecado o motivo de ofensa para la Divinidad el que los hombres La vean encarnada en algún hombre al que admiran o en una persona a la que aman o idolatran. Pero lo más fácil es representar la divinidad para uno mismo, y lo más difícil, lo más arduo, tener la oportunidad de representarla para otro ser humano, ya sea porque merezcamos ser amados por él o porque nos hayamos ganado su admiración. Trabajemos por esta última forma de ser tenidos por dioses. Quizás nuestra salvación entraña haber salvado a alguien más, y el haber conseguido salvarnos a nosotros mismos (no haber caído nunca o casi nunca) un fuerte motivo para que la balanza última se incline a favor de nuestra perdición.

Dios nos ha hecho para el máximo goce, al que accederemos por grados. Que el dolor sea bueno por sí mismo, es una de las trampas del demonio, de quien se duele con nuestra coronación final, de los miopes que por no acceder ellos a las más excelsas formas del goce inocente, no quieren que nadie lo alcance, sino que tienen por santo que otros se hundan en el mismo barro en que están aprisionados y al que han condescendido a ensuciarse a través del pensar que el sufrimiento es bueno y deseable por sí mismo y que es una de las formas excelsas de la humildad.
Creo que la segunda forma excelente de la humildad es entregarse al máximo goce sin miedo, siempre que no tengamos que pagarlo con el sufrimiento del prójimo; la primera es sacrificar ese goce en aras de la ayuda de quien está sufriendo.

La paradoja tiene la fuerza máxima de la realidad, la fuerza última de lo que confiere la profundidad. Consistiendo en dos afirmaciones tan valederas la una como la otra, que se excluyen mutuamente, la paradoja es lo que otorga certeza de realidad verdaderamente existente a todo lo manifestado, y de que la creación no es meramente una ensoñación, una representación de marionetas o una prolija maqueta infantil (lo cual sería, en el caso de poseer la melindrosidad estéril de que nada desencaje, de que todo sea como una mamushka o un sistema de cajas chinas, donde cada cosa, servilmente, forma en sus concavidades lo que la siguiente exige en sus convexidades). Umbra profunda sumus, decía Giordano Bruno, identificando al alma del hombre con una inconsútil cortina que se opone a la majestad de la luz divina, de la plenitud de su gloria, pero confiriendo a la sombra (lo más delgado que puede existir, lo más irreal lo menos consistente) justamente la característica de que más parece carecer: corporeidad.
La posibilidad de la existencia de la paradoja es la demostración más plausible de la omnipotencia divina, que puede crear hasta lo contradictorio, que puede ir en contra de sus mismas leyes, las cuales no la limitan y que siguen sometidas a Su Voluntad absolutamente libre… la paradoja es la manera en que Dios sigue teniendo en su puño al mundo y la garantía de que podría destruirlo y reabsorberlo en la nada cuando se le antojase, a la vez que es la forma en que nos transmite el mensaje de que, si no lo hace, es por infinita misericordia, y el estímulo para que sigamos avanzando en nuestro perfeccionamiento, y que nosotros mismos nos demos forma, nos recortemos la silueta y seamos artífices de la forma -con nuestros actos- que queramos darle al cristal de nuestro espíritu. Que Dios no lo haga, que no fulmine lo viviente, lo relativo, que la paradoja tenga su lugar en el mundo, es prueba de su amor, de su confianza en nosotros.
La paradoja garantiza que el estatuto de la realidad trasciende el de la simple lógica (la cual no tolera las paradojas como sí lo hace el universo y que nunca podría cobijarla) a la vez que susurra que el estatuto último de la verdadera y desnuda existencia no es la mera ilusión ni las rigurosas fantasmagorías del razonamiento y la lógica humana, poniendo a ésta en su sitio y demostrando que es sólo una herramienta de manejo -o si se quiere de desenvolvimiento dentro de su fueros- pero no los planos de construcción que gobiernan el entramado del mundo desde fuera de él.
La paradoja corona a la realidad y es el atributo que la hace realmente existente, la cereza de la torta, el ápice, el empujón que la hace andar en serio, la cuerda que permite el avance de todos los sueños, la carrera de todos los relojes, la inminencia de todas las cuentas regresivas, a la vez que demuestra que Su poderío es infinito y trasciende absolutamente nuestra espera de acción y nuestras posibilidades como humanos de barro.

Niños

Adam Kadmon y Puer Aeternus

Se cuenta que la comisura de los labios del infante es un rastro del dedo del ángel Gabriel, enviado por D’os para sellar la boca del niño, y su recuerdo de lo que existe en el mundo que está más allá de la carne y las realidades físicas.
Cuando nacemos, este ángel, por mandato divino, nos impone su dedo como diciéndonos: ¡Silencio, calla, olvida!, pues si recordáramos los deliquios de la vida transmundana, nos sería muy difícil realizar nuestra misión in hac lachrymarum valle.
Esta muesca en los labios es la que posee también el dios-niño egipcio Harpócrates, divinidad del misterio en que deben estar envueltos los sagrados arcanos accesibles sólo para hierofantes, iniciados y cofrades de las logias secretas que oficiaban en las recónditas y oscuras catacumbas de los templos y pirámides.
Para los cabalistas, la palabra ieled, niño, esconde un gran secreto. Se dice que un niño es un proyecto en el que intervienen tres contractuantes: su Padre, su madre, y Dios. Los tres son partes en ese hombre que debe ser traído a la existencia y formado de la mejor manera posible. Por eso la misma palabra está asociada a la raíz de estudiar y de discípulo: lomed, que nos recuerda tanto a la elevada letra lamed, que asciende en busca de lo superior, y por eso mismo, nos recuerda al verbo francés coloquial para expresar instrucción y educación: élever, junto con el vocablo para alumno: élève.
También en latín alumnus proviene del verbo alo, e implica aquello que aún debe crecer, elevarse, acercarse más a lo superior. En todos estos vocablos vemos participar a la letra más elevada, la lamed, la letra reina la que aspira a las mayores alturas, y por eso mismo, es un tanto pretenciosa.
Ieled, niño, abriga un secreto muy hermoso: por gematria, suma 44 el mismo valor que dam, sangre. Ahora bien, si entendemos que todo niño es un proyecto de un nuevo hombre en el que intervienen tres partes, veamos cómo esto lo expresan los valores mismos: Hombre, Adam en hebreo, vale 45 por gematria, mientras que niño vale 44. Si sumamos los valores de padre y madre (av = 3, más em = 41, obtenemos al niño, ieled = 44. pero si a este proyecto se le viene a sumar D’os mismo, cuyo número es la Unidad, obtenemos al hombre! Adam: 45… bellísimo juego de gematria.
Sin embargo, a D’os mismo podemos concebirlo como un niño infinito, Puer Aeternus, que juega construyendo y reconstruyendo universos, con la alegría despreocupada de su infinitud., y a todo el universo como sus castillos de arena, como sus fortificaciones de cubos de madera…
Sin embargo, esto es posible, la Divinidad como un ser en perfecta felicidad que entre carcajadas levanta olas de belleza, ya que así como el niño es un ser que no está terminado, D’os alberga en Sí mismo esta capacidad para seguir construyéndose, para modificarse, es un aspecto más de su inabarcable infinitud. Este Puer Aeternus vale 45, ya que es el Adam Kadmon, aun siendo, paradójicamente, puer, ieled, ya que es la Divinidad misma.