El secreto del signo de interrogación según la visión cabalística
La explicación del signo de interrogación (?), etimológica y racionalmente hablando, es la de una abreviatura de la palabra latina quaestio, es decir, la aclaración de que lo que se acaba de formular es una pregunta, y que se ha querido inquirir algo del receptor, para que éste a su vez se convierta en emisor de un mensaje que se le solicita.
Por eso el signo de interrogación tiene la forma de una Q un tanto mas abierta, pero una Q al fin.
En griego tal signo es equivalente al que nosotros consideramos el punto y coma, y surgió de la transformación de una zeta griega, que es a su vez la abreviatura de la palabra zétesis, que en griego significa interrogación.
Pero si observamos con una visión más profunda y trascendental el signo de la interrogación (y me refiero al signo que se pone al final de la interrogación, ya que el otro no se usa en la mayoría de la s lenguas) observaremos que su principal característica es la forma de gancho, de joroba, similar a una persona cavilosa, casi el retrato de lo que podríamos comparar a un hombre meditabundo como el pensador de Rodin, flexionado sobre sí mismo en la indagación de aquello que le preocupa y sobre lo que desea obtener certezas.
Creo que el secreto cabalístico del signo de interrogación tiene que ver con una graficación jeroglífica de lo que en hebreo se expresa mediante el término cafuf, que significa encorvado.
Porque este signo grafica al hombre que, ensimismado, se retuerce sobre sí mismo y humildemente se retrae cuando indaga acerca de las maravillas del universo, cuando con actitud inquisitiva pero humilde reconoce -como en el caso de la letra nun del hebreo cuando no se halla en posición final- su finitud y su incapacidad ante la inefable belleza del todo existente, y a la vez bucea de manera perpleja preguntándose y luchando por establecer un contacto con su Creador.
Esta actitud de perplejidad y de búsqueda es la raíz de donde mana toda búsqueda verdadera, toda odisea de quien se embarca en busca de respuestas, de quien se lanza al mar del infinito en busca de su Creador, del Ser trascendente que le dio el ser.
Dicha búsqueda debe hacerse con humildad y partiendo de la certeza de nuestra pequeñez, para poder hacernos presentes ante la grandeza de Aquel que todo trasciende, del Rey ante cuyos misterios y ante cuya presencia no cabe más que postrarnos en reverente adoración.
Por eso, en la esencia de toda pregunta profunda subyace ese estado de veneración y humildad que se observa en el recurvamiento del signo de interrogación de nuestra época, así como aquella respuesta asombrosa que sucede a tal actitud, respuesta que requiere del signo de admiración, ante toda la maravilla que provoca descubrir que sí, que existe el Creador, y que da lugar, como vimos en el estudio de la letra aleph, a la necesaria respuesta de que D’os existe, aunque sea inabarcable para nuestra condición, y que existe tanto en nuestro interior como fuera de nosotros, en una permeabilidad que es y no es, a la vez, un panteísmo, con la vocación paradojal de aquellas realidades que trascienden la comprensión humana.
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