viernes, 16 de marzo de 2012

El ciprés en el escudo del Colegio Nacional de Monserrat

El ciprés en el escudo del Colegio Nacional de Monserrat

Quiero decir unas palabras sobre el protagonista de nuestra divisa colegial, el centro y corazón del escudo monserratense: el ciprés del escudo. Y quisiera expresar la relación que existe entre este elevado y frondoso árbol y la tradición emblemática, fuertemente internalizada por los eruditos y humanistas de los siglos XVI y XVII, que nutre, sostengo, la elaboración del escudo. La heráldica debe ser complementada y entendida partiendo de la emblemática, así como un arroyuelo es progenie que debe sus fuentes a un caudal mayor que lo precede.

El árbol del ciprés (cupressus sempervirens) tiene un fuerte eco en la tradición y el imaginario clásicos y bebe de varias fuentes, lo importante aquí es cuál es la que tiene vigor para haber sido colocado en el escudo.

Sosotengo que es en los Emblemas de Alciato , obra celebérrima entre los humanistas, donde debe rastrearse este significado en su dimensión total y más explícita, junto con la interpretación jeroglífica presente en los Hieroglyphica de Valeriano y, de un modo más esotérico, en las resonancias de la lengua hebrea y su tradición oral oculta, la Qabalah.

El ciprés es rico entre los árboles simbólicos, y Alciato le dedica tres epigramas, al final de su Liber, en el desfile de árboles que va cerrando la obra.
Sostengo que la razón de que haya sido elegido el ciprés como el enhiesto protagonista escudo del Colegio, además de pertenecer al escudo de armas de la familia de Duarte y Quirós, obedece a las bondades simbólicas que, según expresa Alciato, dispensa su figura.
Alciato nos dice en el emblema 199, el del ciprés:

La figura indica la meta, y el nombre de ciprés, que los pares deben tratarse en igualdad de condición.
El ciprés es árbol fúnebre, porque suele engalanar los túmulos de los hombres ilustres, así como el apio engalana los de la plebe.
Bella es la copa, y sus frondas se hallan dispuestas en agradable orden, pero esta hermosa cabellera no produce ningún fruto.

Apreciemos el grabado del emblema, con cuya imagen se nos presenta inmediatamente el querido ciprés del patio mayor monserratense:

Emblema CXCIX
Cupressus

Indicat effigies metae, nomenque Cupressi,
tractandos parili conditione suos.
Aliud
Funesta est arbor, procerum monumenta cupressus,
quale apium plebis, comere fronde solet.
Aliud
Pulchra coma est, pulchro digestaeque ordine frondes
sed fructus nullos haec coma pulchra gerit.

La tradición clásica, como comentábamos, es la fuente en la que beben estos epigramas.
Horacio, en su ubicuo carpe diem y en su perenne amonestación sobre la fugacidad de la vida humana, nos dice:

linquenda tellus et domus et placens
uxor neque harum quas colis arborum
te praeter invisas cupressos
ulla brevem dominum sequetur.

Habremos de abandonar la tierra y a una querida
esposa, y de estos árboles que cultivas ninguno,
fuera del ciprés odioso,
te seguirá, señor efímero que eres.

Pero Alciato reconfigura la condición odiosa del ciprés. No es algo malo esa rememoración, sostengo, no es algo nefasto saber que tiene un fin nuestra vida (terrena) y que el ciprés será el coto, el terminus que señalará nuestro paso por este siglo. Reflexionemos cuál es la trascendencia del ciprés, y descubriremos el motivo que hizo a Duarte elegir este árbol entre todos los que no dan fruto. Dice el epigrama del lombardo que estamos estudiando, que el ciprés es sêma (en griego, señal) de las tumbas de los hombres, pero no de cualquier hombre: procerum hominum monumenta, por oposición al apium de los hombres viles, no instruidos. Aquí brilla esa condición del erudito, del hombre que pertenece al grupo de los humanistas , amamantados en el seno de una nutricia alma mater universitatis que los contiene in gremio suo. La resignificación de la misión del ciprés es válida y feliz: el acento ya no recae sobre el fin del hombre, sino sobre la condición de esos hombres, que merecerán ser señalados con un ciprés; ¿queda alguna duda de cuáles son esos hombres en la escala de valores de Duarte? Los educados in virtute et litteris: los humanistas, los que se propuso forjar en el colegio que fundó. Esto da al ciprés una vida nueva, fecunda: ya no es una planta funesta, puesto que no es un simple recordatorio de la fugacidad del hombre: es una coronación de quienes lo han merecido, un galardón póstumo y hermoso.
El ciprés, como palabra en imagen de la meta, con su forma de flecha que apunta hacia los elevados éteres del cielo, del fin de la vida terrena (epigrama 1º) coronará la morada de los despojos de aquel que, por haber conquistado la condición de illustris, de procer, ha ascendido a una vida mejor y coronada de gloria. Esto a su vez resignifica de un modo inmediato y automático, por decir de algún modo, el tercer epigrama de Andrea Alciato. Porque así, no es ya una simple y vacua mostración de la tumba de un hombre este mojón del ciprés, sino de quien en vida fue un hombre de valor, un fijodalgo, por lo cual ya no puede hablarse de una planta estéril, sino de una planta que sí da frutos, pero no frutos terrenales, no pomos de este siglo, sino frutos visibles en el mas allá, ópimos ocales que disfrutará el alma si ha sido prócer en el mundo de acá. Sus otros frutos, lo que ha dejado en la tierra, por otra parte, son las enseñanzas a sus prójimos, que también son invisibles, o al menos sólo visibles para un ojo interno, cordial, no para los ojos seculares, los de quienes buscan la palmaria ostentación de la mirada terrena y sus aplausos estruendosos… esos frutos los dan los árboles comunes, hermosos, sí, pero no trascendentes.
Esta resignificación, tácita, enigmática, abierta para quien se adentra en el laberinto de la simbólica y la emblemática del humanista renacentista y barroco, es el ludus que, silencioso, canta Duarte con su elección del ciprés como la médula del escudo monserrantense.
Pero hay más. No debemos olvidar que Ignacio provenía de familia conversa y conocía de cerca el hebreo, muy seguramente.
En hebreo ciprés se dice qopher (de hecho la raíz para las palabras que tanto en griego -kyparissos- y latina –cuppresum- es de origen semítico, no indoeuropeo). Según el estudiante de las rotaciones de las raíces hebreas -la Qabalah-, el vocablo qopher está íntimamente ligado a la palabra que significa pagar un rescate, suma mediante la que se paga la devolución de algo empeñado, o por la libertad perdida, vocablo que en hebreo se sirve de las mismas consonantes, variando sólo las vocales: qaphar, dando finalmente así lugar a un apaciguamiento, un solaz de paz, que una vez más, en hebreo utiliza las mismas consonantes: qipher. El ciprés es entonces, si asociamos esto al carácter de inmortalidad de que goza el alma post-mortem, símbolo más que idóneo para referirse al estudio y a los frutos como modo de rescatar el alma y liberarla, una vez pasadas las procelosas tempestades del siglo, en el pardés, el paraíso… y ya no sólo para la tradición grecorromana, sino también para el esoterismo hebreo, un símbolo de la liberación del alma después de la muerte, como quien dice, el sosiego que es nuestro galardón una vez logrado el rescate del alma que se produce tras la muerte del cuerpo físico, su liberación, idea presente también en la frase hebrea que se utiliza como eufemismo en vez de morir: paraj neshmató (floreció su alma, es decir, se liberó). Esto refuerza aun más la lectura del ciprés como un árbol propicio para los frutos que se gozan tras la prisión in hac lachrymarum valle.
Todas estas resonancias deben vibrar en la mente y el corazón del monserratense, cuando rememora este querido ícono de nuestro colegio, presente en el escudo y viviente en ese hermoso árbol que orna, con su solemnidad gigantesca, el silencio claustral del patio, conjurando un recoleto recogimiento que es bálsamo de luz interior, junto con los melodiosos acentos del silencio profundo que nutre el alma en alta contemplación.
Lo importante a destacar, para terminar, es conocer y entender que el Liber Emblematum era una obra conocidísima en la tradición humanística del siglo XVII y que con su armonía resuenan innumerables obras de arte y expresiones literarias icónicas y visuales, cuando no musicales. Que Duarte pensó en Alciato, en la fuente en que éste bebe -los Hieroglyphica de Valeriano y principalmente en la tradición hebrea- es algo no posible, no probable, es algo seguro.
La tradición española que fundó la emblemática a partir de la obra del jurisconsulto milanés fue muy temprana, conocemos ya epistolarios tan tempranos como de 1548 que hablan a las claras de la “movida” cultural que representó en España la publicación del Liber y transmitida por la relación entre el humanista español Antonio Agustín con este erudito lombardo , mientras que el tratado jeroglífico de Valeriano era, junto con los Hieroglyphica de Horus Apolo una fuente indiscutible de Alciato, al tiempo que un estudio profundo del Testamento común a judíos y cristianos -muy probablemente en su lengua original en su caso personal- sin duda tuvo un impacto doble en Ignacio, a juzgar por sus orígenes, que no deben haber estado borrados en lo más mínimo, y que le permitieron beber con mayor largueza que a aquellos a quienes las raíces judías auténticas les estaban veladas.

Lic. Diego Márquez

No hay comentarios:

Publicar un comentario