viernes, 16 de marzo de 2012

Le langage des mouches

Le langage des mouches


Tuve un sueño en el que pude ver un lenguaje angélico e imperecedero, el lenguaje que conformamos los hombres.
Era un lenguaje de profundidad infinitamente más rica y esotérica que las lenguas humanas, hecho de veladas alusiones y trazado con la penumbra de la opalina connotación, al que se acerca el tipo de expresión desarrollada en las edades barrocas de nuestra cultura, ese cierto lenguaje que entienden sólo pocos iniciados, encriptado en códigos de hierofantes y cofrades. Un lenguaje que se amalgama con las signaturas secretas de la naturaleza.
Siempre me habían intrigado estos sistemas que recorren graciosamente, también, el cuerpo del hombre con sus nervaduras y relámpagos sutiles de símbolos, preñándolo de mensajes ocultos para los que la lengua articulada del flatum vocis es efímera e indigente en demasía.
Esa otra lengua que transita por las gemas gnósticas de abraxas y los márgenes cátaros de los manuscritos, por los grotteschi renacentistas y por grabados de editores herejes y paganos, la lengua que se expresa en las rúbricas de alas y lomos de velludas sphingidae nocturnas, en caparazones de tortugas marinas, y que canta vibrante en el conus marmoratus de los océanos, escandiendo siempre sus versos de razón áurea.
El lenguaje que se escribe con el galanteo de los abanicos y las cintas en Versailles, con el descarado nerviosismo que la danza barroca hurtó al flamenco cuando un rey francés desposó a una princesa española. El que circula por los peinados altísimos, donde se goza de una tormenta marina en la que sucumbe un navío o se traza la astronómica figura de alguna constelación… el que proyectan los jardines de Bomarzo, el que grita sus lujuriosos silencios en los lunares de los cortesanos… lunares en forma de corazón, de luna llena, de luna creciente o menguante… ¡incluso la enorme enseigne du mal de dent, con un diamante adentro!
El lenguaje que se vierte en emanaciones de energía a través de los ojos revolventes de un colérico castrato, sus quebrados esquemas de marioneta mecánica y que sigue su curso, brotando por las ondulaciones de sus manos, recorriendo palcos, gallineros y paraísos, niveles de caídas jerarquías angélicas que disfrutan de su dios capón.
Todos los códigos secretos, las esteganografías y criptografías arcanas, los sellos y cuadrados mágicos en que cristalizan las inteligencias de los planos superiores, caracteres de mundos sutiles de pura inteligencia.
Vi todas esas excrecencias y carcasas de plurisignificación, de pleonasmos y enigmas, de emblemas y retruécanos, sus elefantiásicas paquidermias, sus catafalcos desfondados.
Vi de pronto el teatro del mundo, las arcadas y graderías de su escenográficas bizarrerías, la máquina inteligente de Delminio Camillo, los aparatosos mecanismos llagados de Giordano Bruno, y algún delfín feroz de los bocetados por los Bibiena… y se me figuró el mundo completo.
Entonces comprendí la naturaleza de su lengua. El lenguaje de esa bestia barroca, el animal esférico llamado mundo. Ahora entiendo cómo se expresa la desconocida entidad que llamamos Dios.
Su lenguaje somos nosotros, y nosotros (nuestros cuerpos y almas) los significantes y significados de ese idioma que practican por igual ángeles y demonios. Nosotros somos las letras de su cábala, los signos tetradimensionales y autoconscientes, cuya existencia independiente no es más que el corolario de la superabundancia de divinidad de esos seres que nos hablan a nosotros, sus palabras, sus sentimientos, sus ideas.
Conformamos su críptico lenguaje iniciático, un idioma de grafías vivientes, de moscas y libélulas… trazamos sus celestes guarismos en la tierra y danzamos sus jeroglíficos con nuestras vidas. Un lenguaje de corrupciones y redenciones, de virtudes y miserias. El relato viviente de las batallas que se libran entre las fuerzas superiores y sus mundos distantes. Sus borrones son nuestras masacres y genocidios y sus interferencias, nuestras guerras.
Una comunicación basada en estas palabras pasajeras hechas de orgasmos y calambres, de caricias y dolores, de sentires y extravíos llamados hombres. Un lenguaje hecho a base de las flexiones de sangrantes verbos y sudorosos adjetivos, articulado en el dolor humano, proferido con deformidades y enfermedades, pestes y plagas, engaños y traiciones, portentos y milagros. Un lenguaje cuyas mayúsculas son nuestros nacimientos… y sus puntos finales, la podredumbre de nuestras osamentas en descomposición.

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