Mitsjak-itsjak
Ludus laberíntico del comienzo, risa del juego
Introducción a los
textos cabalísticos y extraordinarios
Hay una arcana correspondencia entre la naturaleza externa al hombre y el interior del hombre, entre hatebá y Adam, ya lo dice el salmo 82: Elohim atem (refiriéndose a los hombres), y tanto Naturaleza como Elohim dan por gematria la cifra 86.
La exterioridad no es más que un reflejo de nuestra interioridad, y viceversa. Compartieron esto muchas concepciones herméticas de la Antigüedad, desde aquella verdad labrada en una tabla de esmeralda hasta la visión del hombre-microcosmos de Pico Della Mirándola, quien acaso lo aprendió, asombrado, de los sefardíes que debieron emigrar a Italia.
Esa correspondencia brilla profunda y espléndidamente en la cabalah y sus rotaciones maravillosas, en esa rueda (ofan = 137), que es la cabalah = 137, donde gira el Todo como en una calesita cósmica … ¿y acaso hay otro movimiento más perfecto y divino que el de la rueda, ése que anima las galaxias y que es congelado en las espirales de las huellas digitales, ése que vibra en los reposados y tímidos arremolinamientos que las aguas danzan en el remanso de los arroyos y refulge, aniquilador, en los torbellinos del mar y las trombas de las más terribles tempestades, ese que engloba el máximo movimiento (en sus arrabales exteriores) con la máxima quietud, en el punto de la Iod central donde reposa el primer Motor?
Girar centrípeto y girar centrífugo, rúbrica de la hei de la sístole y de la hei de la diástole del Tetragrama, respiración de la Divinidad, que hierve y se menea en el latido del corazón, en la inspiración y expiración de los pulmones, y el dulce vaivén, nah, de la fricción íntima de los sexos.
Esa correspondencia que late en los árboles internos de las dendritas neuronales y en la arbolada forma de los pulmones, donde el Padre dibujó la necesidad íntima de pneuma que aúna vegetales que dan (natan) y alvéolos que reciben (qabal) la luz del aire, avir-or, para insertarla en la sangre que lleva el hierro, el barzel que no es sino el secreto del corazón, raz leb, oxigenando las células con la vida del espíritu.
Correspondencia que (como es mi intención subrayarlo en este fragmento) se refleja en el siguiente juego de espejos interno-externo: nuez-cerebro. La nuez es un fruto indehiscente, que no se abre por sí mismo, sino que debe ser abierto por una fuerza externa. También lo es nuestro cerebro ese moaj lleno del calor bullente de la vida, y la forma común que los hermana, los revela, de manera arcana y maravillosa, como metáforas vivientes uno del otro: ambos rodeados por una cúpula o corteza esférica como la bóveda celeste (el cráneo y la cáscara), ambos con una íntima pulpa blanda y sustanciosa, recorrida por sinuosidades que son caracteres oscuros, pero que deben llenarse de luz.
La nuez se abre mediante una fuerza que debe venir de más allá de ella misma, y también el cerebro: ese esfuerzo de la rotación de las palabras, que aporta la cabalah, y que no deja que las semillas de luz de los vocablos se anquilosen, sino que los fuerza, los agita en el cubilete de la posibilidad y juega con ellos como un niño con canicas del más puro cristal: los vocablos.
No en vano el bosque de nogales es un guinat egoz, y la cabalah se sirve también de un boscoso guinat que se rige por tres procesos: la Gematria, el Notarikón y la Temurá, terna de vocablos cuyo notarikón o acróstico forma asombrosamente eso: guinat, rubricando con seguridad sobrenatural que la cabalah y sus procedimientos son un bosque, un jardín frondoso y que estas tecnicas gimnásticas, las fuerzas de que se sirve la cabalah para mantener en forma la elasticidad de la mente (la humana y la divina) jugando a hacer rodar a las palabras como, en un espejo material, los budistas hacen rodar los cilindros cargados de oraciones, creyendo que esa acción es, de algún modo, análoga al rezo, o a las piruetas que en los mundos mucho más sutiles realizan los cabalistas girando palabras y variando significados.
Y para terminar (como una ringkomposition, en forma de anillo, ya que comenzamos hablando de tebá, naturaleza, cuya raíz se halla engarzada con la de tebet, anillo) digamos que la naturaleza es, por esta red anillada de correspondencias que la componen, como una gran serpiente, el ourobóros, el teli o gran dragón, que tiene justamente la forma de la samej, letra que es un ourobóros, la naturaleza circular mordiéndose su cola, donde el arcano veintidós, abre y cierra la serie infinita, el punto inasible donde la máxima inteligencia demiúrgica, el mago, la aleph que es el ocho del infinito, se une y abraza con el Loco, la máxima inconsciencia y delirio creativo, en los veintidós arcanos que son las veintidós letras de fuego negro y blanco, dentro del Tarot que no es sino la Torah. En esa serpiente que aspira a la totalidad, y que rodea -¡sabib, que justamente empieza por sámej!- y enlaza el cosmos…
Estas páginas que abordarás pueden resultarte plenas de significado o ser un inextricable red de sinsentidos para ti, lector. No soy reo culpable de tu fracaso ni meritorio genio cabalista en tus éxitos, sea cual sea el fruto que extraigas de su lectura. La nuez es tan dulce en su pulpa como amarga en el tegumento que recubre esa carne blanda, o inabordable en la oscura y rugosa dureza de su caparazón.
Pero en todo caso anhelo (como padre que soy de estos juegos cabalísticos que aprendí a trazar, imitando al Padre que juega dibujando con luz y plasmando la superabundancia de su Divinidad la exuberancia del universo, con el brío de su Briah creativa, multiplicando demiúrgicamente el 10 de su Iod en el 20 de su despliegue por gematria milui), que puedas ingresar en este gan naul, en el cercado jardín que te ofrezco con este críptico libro, y que después del esfuerzo, te reconfortes con pasas y con manzanas, como aquella morena que amó al rey.
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