Intento por definir la felicidad
Hay una experiencia inefable que he sentido, un sabor que se percibe con el espíritu y que a mi edad no puedo más que gustar de soslayo, oblicuamente, con la parcialidad con que nos llega la luz del sol o las estrellas y que, si busco plenamente, con la vista de frente, me es negada. A ese sabor indescriptible lo obtengo ya sólo en pequeñas porciones, cuyo propio goce es la garantía de no tenerlo plenamente, pero que ahí está, real y mágico, aunque no condescienda a ser aprisionado por el verbo humano.
Es una fiesta del espíritu muy tenue, muy profunda y muy sutil a la vez, poderosa y pura; una alegría inocente que contiene en ella misma el dolor por su carencia, por la imposibilidad de vivirla en plenitud, de evocarla a voluntad, pero que aún así sigue siendo extremadamente bella. Es una cierta felicidad del espíritu que se degusta raramente, y las más de las veces, se tiene la impresión de haberla tenido en algún momento determinado del pasado, pero que seguramente no se ha disfrutado en ese mismo momento, sino al remontar una experiencia, desde un instante en que esa vivencia ya se ha esfumado. Es de una esencia decididamente analéptica, porque se trata de una impresión que, cuando se tiene la certeza de haber sentido, ya ha pasado. Es la alegría de los recuerdos, pero proyectada hacia el futuro… su trama está tejida de polvillos inasibles, como ese polen de los sueños, ese oro que revolotea en la mañana en las habitaciones de los niños, cargadas aún con el sueño de la noche, y que se arremolinan en dorados y minúsculos torbellinos a la luz oblicua pero fuerte del sol, cuando éste se eleva con la vehemencia del eclosionar imparable del día nuevo, que llegará al cenit en el mediodía. Es un polen dorado, la promesa de la juventud, de las expectativas que se ciernen ante un camino por recorrer, de la inocencia y el candor con que se compartió algo con amigos, o se experimentó a solas; de seguro que en cada hombre se reviste de formas propias que otros no entenderán por cierto, porque sus lenguas son innumerables y habla una diferente para cada individuo; yo puedo decir que encarnó, a lo largo de mi vida, en una mañana de excursión, en la belleza de algún objeto antiguo y minúsculo, primorosamente decorado, que he poseído, en algún conocimiento curioso que supo despertar mi perplejidad, en un desayuno compartido con mi madre, en alguna jornada escolar… es la perspectiva misma de los deleites inocentes de la vida, de su certeza, de las dádivas de la divinidad que nos confiesan su amor inconmensurable y nos revelan que, a la larga, no la defraudaremos. Tesoros del espíritu que a duras penas puede contener la débil telaraña de la palabra.
A esta luz la sentía, creo, con cierta frecuencia, en la niñez: un contento interno, acentuado o confirmado cuando el año se halla en otoño o en primavera… es decir, cuando el tiempo y la inclinación de las revoluciones terrestres van camino a alguna de sus plenitudes: el solsticio de invierno o el de verano, el decurso y el desarrollo de todo proceso hacia su plenitud.
Por eso pienso que esta sensación indescriptible puede tener que ver un poco con la apertura de determinadas energías que confluyen en el alma. Se siente en el plexo solar, en un optimismo ante la vida y una curiosidad imparable del espíritu que goza con expandirse, con explorar... los primores de la infancia matinal del ser humano, que encarna en la pureza del aire y de la atmósfera limpia después de una lluvia primaveral, la misma energía de la niñez, que danza en los senderos de la existencia sin buscarles un porqué. El misterio que nos susurra que lo bello es el camino, no la meta.
Cada vez se me ha ido haciendo más rara, más inconsútil, más fugitiva, esta complicidad con la alegría del Creador por el mismo hecho de crear, fruto de su amor incondicional y su libertad absoluta. Sospecho que un sentimiento semejante corría por las entrañas de los místicos que han comparado a la creación con el juego de un niño, y a Dios con un danzarín que está más allá del tiempo, bailando una música que procede por esferas, que se vierte en cascadas y torrentes de ondas creando la luz, las estrellas y el cosmos.
Pero este placer, con las vueltas de la vida y la madurez, se me ha ido alejando, haciéndose cada vez más inaccesible, al punto de que puedo decir que ya casi ha desaparecido, que se me ha fugado irreparablemente, aunque a veces me parece que lo conservo o que podría conjurarlo si pusiera un gran esfuerzo en ello, si bien el pretender buscarlo sin que se dé él mismo, es garantía de no tenerlo. En mi adultez, podría decir que es su recuerdo lo que me fomenta su goce... y quizás esa es su esencia: el recuerdo de algo que nunca se tuvo, o de algo que se tuvo, en realidad, antes de que nos halláramos en este mundo mortal.
Pienso que regresará (quiero pensar que regresará), que podré abrazar plenamente eso que me cuesta tanto definir, en mi vejez, en esa ancianidad que se parece tanto a la niñez… porque es algo que se deja poseer plenamente sólo por aquellas edades de la vida que están en los extremos, porque es algo que se puede abarcar con la mirada y se nos configura únicamente desde lejos, desde la niñez que tiene todo el manantial de la vida por delante o desde la melancolía de quien ya se lo ha bebido todo. Por ahora sigo inmerso en la aridez y la confusión propias del medio del camino de la vida, abundante en los terrores pánicos del estío y de la siesta, cuando la plenitud enceguecedora no deja lugar ni a las expectativas de quien tiene todo en ciernes y que goza el niño, ni al vacío de la tristeza del viejo, instancias ambas en que se perfila la belleza, o la única posibilidad de su disfrute. Realidad que hace tan cierta la frase que reza algo así como que el goce de la belleza se posee plenamente y sólo puede gustarse en dos ocasiones (revelando su naturaleza esquiva y semidivina de ninfa caprichosa): cuando se trabaja por conquistarla, pero aún no se ha entregado, o cuando ya se ha tenido y sólo nos queda su recuerdo… sólo entonces se halla la plenitud, con aquella verdad de que algo no se posee plenamente sino cuando todavía se lo ignora, o cuando ya lo hemos perdido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario